01. Libertad

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01. Libertad

Unos lloran con lágrimas,
otros con pensamientos
- Octavio Paz

Valak Greco

«Me vi a mí mismo en esa grabación, sin camiseta y con mi pasamontañas azul eléctrico puesto. La risa de Mack, mi primera y única novia, se escuchó en el vídeo.

-Estás muy guapo -rió-. Venga, quítatelo y ven aquí.

Me vi soltar una carcajada, quitándome el pasamontañas y acercándome a ella con una sonrisa tonta. Tenía quince años, por Dios, por supuesto que tenía una sonrisa tonta.

-Apaga eso, anda -reí, quitándole el teléfono.

-Es para tener un recuerdo -no lo noté aquel día, pero su voz sonó casi triste.

La grabación se detuvo y mantuve la cabeza gacha a pesar de las quejas de mis padres, que estaban siendo mis abogados.

-Queda declarado como culpable por violencia y secuestro, lo declaro a ocho años de cárcel.»

Pestañeé, dejando atrás el recuerdo. Me miré en el espejo de ese lugar, mis ojos negros habían perdido el brillo inocente y jovial que tuve alguna vez.

-¡Alegra esa cara, Demonio! ¡Qué te vas de aquí!

Mi compañero de celda, a quién llamaban Dragón, me dio un golpecito en la espalda. Sonreí.

No fueron ocho años, con buen comportamiento me los rebajaron a seis. Y aquí estaba, a un par de minutos de mi libertad después de haber pasado seis años sin ella.

Le sonreí al bastardo con el que compartía celda. El tatuaje del dragón se le dibujaba de la mejilla izquierda hasta la frente y me sonreía casi contento. Le rodé los ojos.

-Sé lo que quieres, y es un rotundo no.

Bufó.

-Iba a pagarte bien, Demonio. Pero no te preocupes, conseguiré a otro amigo que me traiga la droga del exterior.

Antes de que saliera del baño que compartíamos con el resto de reclusos de nuestro módulo, le grité:

-¡No somos amigos, Dragón!

No había sobrevivido seis años aquí haciéndome amigo de la gente.

-¡Greco! -un golpe en la puerta me hizo mirar hacia allí, sin sobresaltarme. Uno de los vigilantes, de quien no recuerdo el nombre pero al que todo el mundo llama «Chato» porque tiene la nariz chata, me miró- ¿Estás listo? Es tu hora.

-Lo dices como si fuese mi última comida, Chato -le rodé los ojos. Los pocos presos que estaban a mis espaldas soltaron unas risitas.

-¡Vamos a extrañarte por aquí, Demonio! -gritó uno.

-¡Ven a visitarnos!

Evité reír. No volvería a poner un pie en este puto lugar.

Seguí a Chato, le solté algún comentario burlón solo porque sí. Si no me volví loco aquí dentro, fue por reírme del mundo.

Agarré mis cosas cuando pasamos por mi celda, le di un último vistazo. La incómoda litera, el enterizo naranja que ya no llevaba puesto colgaba sobre mi cama, las paredes rocosas mal pintadas... No iba a extrañar este lugar.

Cuando pasé por recepción, la vigilante que había allí trabajando me sonrió mientras me entregaba mis cosas. Casi suspiré de alivio al ver mi teléfono. Seis años sin usarlo, ese aparato ya ni siquiera debía funcionar.

-Espero no verte más por aquí, Demonio.

Creo que esta policía, Judith, fue la única que me trató bien. No lo vi como un coqueteo o algo así, porque trataba a todos los presos igual. Supongo que era la única que nos veía como a personas y no como a deshechos sociales.

-No lo harás -aseguré.

Chato me acompañó a la salida, las puertas de rejas se abrieron y cerraron a medida que fuimos pasando. Cuando llegamos al patio, alcé la vista y la enfoqué en mi familia.

Mis padres me esperaban fuera, con muecas entre alegres y culpables. No pudieron hacer nada por mí en el juicio, y no los juzgo, era un caso perdido. Había suficientes pruebas.

Al menos agradezco que solo me inculparan a mí, porque los demás habían sido padres y esas cosas. Trajeron a los críos un par de veces, me visitaban todos los domingos sin falta. A veces venían solo una pareja, otras veces venían todos. Como fuese, eso ya había acabado.

Me paré frente a la última puerta, la que me daba la libertad. Y, a pesar de ansiar con desesperación salir de Blue Jail, mi estómago se ató a sí mismo con algo que no supe definir.

Le sonreí a Chato, una sonrisa burlona. Creo que la última sonrisa sincera que di fue antes de que me arrestaran.

-Ya nos veremos, Chato -me burlé-. Quizá la próxima vez te haga una rinoplastia yo mismo, apuesto a que lo agradecerías.

Me miró mal y yo solté una carcajada, tampoco era sincera, antes de que me abriera las puertas. Una extraña sensación se albergó en mi pecho.

Era libre.

-No vuelvas -me gruñó-. Eres insoportable.

Le sonreí sádicamente, antes de dar los tres pasos que me separaban del exterior. Cuando lo hice, volví a respirar de verdad en seis años.

No sé por qué, pero el aire cuando eres libre se siente diferente.

Mamá fue la primera en abrazarme, llorando sobre mi hombro. La consolé incómodamente, seis años sin más contacto físico que los golpes me habían hecho alejarme de los abrazos. Tampoco es que nadie hubiese intentado darme alguno allí dentro.

-Vámonos -instó Samael, después de que mis tres padres me abrazaran.

Subí al coche de Azazel, con Belial y Samael detrás mientras que mamá y el conductor iban delante.

-¿Cómo has estado? ¿Te han tratado bien? -inquirió mamá.

-Como tratan a cualquiera en una cárcel, mamá.

Quizá soné demasiado brusco, porque los ojos de mi madre volvieron a empañarse en lágrimas. Maldije por lo bajo, me había acostumbrado a la crudeza de allí dentro.

Nos mantuvimos en silencio todo el camino, hasta que llegamos al área residencial en la que vivían mis padres y en la que viví yo casi toda mi vida.

Entramos, la casa estaba silenciosa, e iba ir a dejar mi mochila con mis cosas a mi habitación, pero mamá me interrumpió y se lo dio a Samael para que las llevara él. Evité burlarme.

Mamá y mis otros padres me guiaron al patio y rodé los ojos cuando imaginé qué estaba pasando. Como supuse, al entrar al patio una avalancha de brazos y palabras me invadió.

Por un solo segundo me permití relajarme. Había vuelto a casa, pero aún tenía algo que hacer.

Vengarme.

Éxtasis (LM #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora