03. Venganza
¿Desde cuándo pesa tanto la noche?
- Edisson A. CajilimaValak Greco
Por la mañana, decidieron llevarme a las oficinas de La Manada para enseñármelas. No había dormido mucho, ya que me había pasado toda la noche mejorando mi plan, pero acepté.
Vinieron todos excepto Dominic y Exael, que se había quedado con Annaís y Vivianne para cuidar de los críos. Al parecer, ellas dos habían recuperado su amistad y Vivianne se había divorciado de Thomas.
Cuando llegamos al edificio que alguna vez fue Santa Catalina, me quedé bastante anonado. Seguía manteniendo una estructura antigua, casi embrujada, pero los ventanales habían sido tintados para que no se pudiera ver el interior.
En la puerta, se encontraban dos gorilas vestidos de trajes. Quiero decir, guardaespaldas, no gorilas. Pero por su complexión física bien podrían serlo.
—Chad, James, él es Valak Greco. También es jefe —explicó Lilith. Los dos grandullones me saludaron amablemente antes de dejarnos pasar.
La estatua de Santa Catalina de Siena estaba en el mismo lugar. Bueno, no. Estaba un poco más atrás, dejando la trampilla justo delante.
Pero, por todo lo demás, era diferente. Todo era mucho más moderno, habían cámaras, personas de seguridad y escuchaba a gente charlando y trabajando.
—Hemos dividido el edificio en diferentes secciones —me explicó Ava—. Arriba tenemos a los hackers, hay unos que difunden información y otros que buscan nuestras misiones.
—No solemos entrar porque son un poco raros —comentó Trevor—. Realmente no son muchos, pero son extraños y hablan raro.
—Ni caso, solo usan lenguaje técnico, y Tarzán es un inculto —se burló Lev, su brazo estaba sobre el hombro de Abi y el anillo de matrimonio brillaba en su dedo.
—Qué te den —rió.
—Luego tenemos a los atacantes, son los que van a las misiones y actúan —me sonrió Abi—. Nosotros estamos ahí dentro. Ya sabes, nos gusta la adrenalina.
Asentí.
—También tenemos a los abogados, que no trabajan aquí —continuó Lilith—. Y por último tenemos a los médicos y a un par de psiquiatras.
—Y esto es lo mejor —Ava se encaminó a la sala en la que nos solíamos reunir—. La sala de descanso.
Estaba muy cambiada, aunque seguía teniendo el toque de La Manada. Había sofás esparcidos por la sala, mucho más cómodos que los que teníamos en un principio, una larga encimera con un microondas, una cafetera y demás. También habían un par de sofás haciendo una media luna, con una televisión enorme delante. Un futbolín y una diana de dardos. E incluso una mesa con un par de sillas.
—Vaya —alcé las cejas.
—Hey, jefes —una chica de cabello corto y rosa nos sonrió, levantándose de un sofá con una tablet en la mano y colocándose bien las gafas de pasta negra.
—Ella es una de los hackers —me susurró Trev—. Ya verás cómo son raros.
Una pequeña sonrisa divertida cruzó mis facciones y miré a la chica.
—Oh, ¿eres nuevo? No te había visto por aquí.
—Él es V —me presentó Lilith—. Uno de los jefes.
—Oh, pues un placer —sonrió—. Yo soy Pi, como el número pi. Ahora, si me disculpan, iré a trabajar. Tengo algo entre manos.
—Suerte, Pi —rió Ava, chocando los cinco con ella.
Cuando se marchó, Lil se apresuró a explicarme.
—Dentro de la organización, todos usamos apodos. Es por mantener el anonimato —se encogió de hombros—. Pi es la única que sabe sobre los nombres de los empleados, ya que es la encargada se investigarlos antes de dejarlos entrar. Ella es algo así como Recursos Humanos. Los de seguridad también saben las identidades, por precaución, además de que ellos no están involucrados en la organización.
Asentí.
—Tiene sentido. Os habéis montado bien esto.
—Ya estás de vuelta, Val. Bienvenido a tu familia —Abi me abrazó, apretándome entre sus brazos. Y, a pesar de mi incomodidad, le devolví el abrazo.
Puede que sí los haya extrañado.
***
Tardé tres días en armarme de valor y presentarme en Blue Alley. Había pasado estos tres días trabajando en La Manada y Lilith me había dejado quedarme en su piso.
Sin embargo, mis pensamientos trataban solo sobre una persona.
Ella.
Mackenzie Clark. Mi primera y única novia.
La chica que había enviado el vídeo que me envió a la cárcel.
Joder, tenía quince años. Asher y los gemelos parecían estar enamorados de la vida ahora que tenían a sus chicas, yo solo anhelaba un amor como el de ellos. Ella bromeó con el pasamontañas, yo bromeé más y me lo puse. Sacó su teléfono para grabar, jodidamente grabar, y yo no dije nada porque pensé que era el amor de mi vida.
Pero ese estúpido amor me había costado seis años.
Seis años.
E iba a cobrárselos en putas lágrimas de sangre. Pero ella no era la única culpable, y pensaba sonsacarle la verdad.
Aparqué el Jeep de los gemelos en algún lugar apartado. Puede que hubiese cogido prestado su coche sin que ellos lo supieran. De todas formas, ahora tenían el BMW de Abi y un Mercedes, ya ni siquiera usaban el Jeep.
Salí del aparcamiento de las afueras de Blue Alley, no iba a dejar el Jeep en el interior, tampoco quería que me robaran.
Caminé por las calles a paso seguro, el sol comenzaba a ponerse y las putas empezaban a salir. Casi en efecto rebote.
Pero mis pasos eran decididos y seguros. Tenía muy claro a qué dirección me dirigía.
El apartamento donde vivía seguía siendo el mismo que cuando tenía quince. Aunque el vagabundo que solía dormir en el portal ya no estaba. Me paré delante de esa puerta, con tres jodidos agujeros de bala en ella, y alcé la mano para tocarla. El timbre no funcionaba, llevaba sin funcionar desde la primera vez que vine aquí hace nueve años.
Y Kenzie no tardó en abrirme.
Mis ojos la recorrieron. Vestía con unos pantalones de pijama y una camiseta de tirantes vieja. Sus pechos empujaban la camiseta y sus pezones se notaban tras la fila tela. Seguía pareciendo una muñeca. Con su flequillo y pelo largo castaño, sus ojos verdes, su pequeña nariz y sus carnosos labios.
Cuando nuestros ojos volvieron a encontrarse después de seis años, ella tragó saliva y yo sonreí.
Ten miedo, por tu propio bien.
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Éxtasis (LM #4)
RomanceSeis años en prisión. Seis malditos años. Sus sueños y esperanzas se fueron al infierno con esas simples palabras. «Culpable». Pero ahora iba a encargarse de acabar con el bastardo que lo metió entre rejas, aunque eso significase sumirse en un lar...