Capítulo 9

340 66 0
                                    

Eri no dijo nada, solo asintió. Jeno abrió sus ojos en cuanto se dio cuenta de lo que había dicho.

—No pasa nada —le susurró la chica junto a él, sin mirarlo a la cara.

El rubio estuvo toda la clase con el corazón latiendo desenfrenado.

Cuando terminaron el trabajo donde la castaña hizo más de la cuenta porque Jeno no entendía demasiado el inglés, el timbre sonó y Renjun se levantó de su lugar despidiendo al profesor.

—Gente, antes de que se vayan debo comunicarles algo —dijo el pelinegro deteniendo a todos de su ida. Caminó hacia adelante y apuntó a Jeno para que se pusiera junto a él. El rubio fue rápidamente—. Como apenas nos estamos conociendo...

—Habla por ti —dijo esa desagradable persona.

—Eri también es nueva, imbécil —le dijo Yangyang desde su asiento, indicándole a Renjun que continuara.

—El profesor Ten me pidió informarles que desde hoy deberá quedarse gente para limpiar. No puede ser que solo yo me quedé a ordenar la mugre que dejan. Así que anotaremos con Jeno las personas que se quedaran hoy y mañana y ya la próxima semana será todos los días. Además, me pidió informarles que el día de san Valentín será distinto este año para nosotros los de último año valga la redundancia. Se hará una celebración para que entreguen rosas y chocolates y así no llenen las mesas con ese tipo de regalos. Eso es todo, les informaremos de algo más si hay algo que me faltó. Pueden irse.

Jeno no sabía que hacer porque al parecer todo había sido hablado entre el profesor y Renjun y no entendía por qué el pelinegro le había pedido ponerse junto a él.

—Lo siento, señor secretario. El profesor Ten tiende a encontrarme en el salón cuando todos se van y yo me quedo a limpiar, pero desde ahora te informaré todo con anticipación para que no solo te quedes ahí —Renjun se burló un poco de su amigo—. ¿Me darías tu número?

El corazón loco de Jeno latió con rapidez a tal solicitud.

—Sí, claro.

Renjun volvió a llevarse a Jeno al mismo lugar del día anterior con un táper lleno de galletas. El rubio estaba ansioso por probar una de esas delicias, pero le daba pena pedirle a su amigo.

—Puedes sacar, hazlo antes de que uno de esos, vean mis galletas.

Jeno lo hizo y sintió que podía flotar. —¿Cómo es que saben tan bien?

—Magia. No, no es cierto. El secreto está en el amor por los dulces. Mi mamá tiene una tienda de pasteles y me enseñó a preparar diferentes galletas, deliciosas, ¿no?

—Lo son. Deberías regalarlas para el día de san Valentín —Renjun lo miró levantando una de sus cejas.

—¿Por qué haría algo así? Usualmente, me regalan chocolates —el rubio pestañeó varias veces antes de hablar.

—¿Te regalan chocolates?

Renjun lo empujó con suavidad. —Disculpe usted, don popular. La gente común también recibe amor esa fecha.

—¿Quién?

—Me estoy sintiendo muy insultado, pero esos de ahí —apuntó a su grupo—. Es porque son fans míos.

Jeno jamás regaló chocolates, pero sintió la necesidad de hacerlo.

—¿Puedo regalarte yo también?

—¿Crees que estoy mintiendo? No te sientas mal, mis amigos lo hacen porque —se acercó al oído de Jeno—, usualmente recibo chocolates de chicos y no quieren que las personas sepan que el lindo Renjun es homosexual.

Los oídos de Jeno se taparon por un segundo al oír tal confesión. ¿Está bien que él me diga esto?

—Tú... ¿Tiendes a contarle a todos tu orientación? —eso no había sonado tan bien como en su cabeza. Renjun lo miró algo mal.

—¿Te molesta que lo sea o que lo diga?

—¡No! —gritó más fuerte de lo que pretendió, llamando la atención de algunas personas, incluyendo los amigos del pelinegro—. No quise sonar de esa manera. Quiero decir, ¿está bien que me digas algo así? Como apenas nos conocemos.

—Eres mi amigo, Jeno. ¿Le contarás a alguien lo que te acabo de decir? —el rubio negó de inmediato—. Entonces todo arreglado, no te preocupes. Confío en ti, mi amigo Nono —abrazó al rubio por los hombros y le sonrió demasiado cerca de su cara—. Espero que esto no cambie nuestra amistad.

—¿A qué te refieres?

—Cuando salí del closet le di mi confianza a alguien que no debí. No le dijo a nadie, pero se sentía incómodo cerca de mí y se alejó. No quiero que esto que acabo de decir te espante.

¿Cómo podría espantarme algo que me da un punto a favor?

Comieron las galletas de Renjun a escondidas de los demás y cuando quedaban un par, el pelinegro las guardó para darle a sus amigos más tarde.

El timbre sonó justo cuando Yangyang se acercaba al par para poder descansar del partido tan intenso que había tenido recién. Se levantaron del lugar y como todos los días, los jugadores fueron a las duchas.

—Vamos, el profesor Kim no puede ver que hagas vida social o es capaz de pedirle al señor Lee que me transfiera de salón.

—¿Qué tiene el profesor Doyoung contra ti? —el rubio tenía mucha curiosidad por ese mal trato que le daba a su amigo más bajito. Renjun sonrió y mordió sus labios, como intentando guardar un poco más el secreto.

—Esto será entre tú y yo, ¿de acuerdo? —Jeno asintió, acercándose y bajando su cabeza para quedar junto a los labios de su amigo. Esa acción le dio un poco de cosquillas—. Bien, verás. El profesor Doyoung fue a la misma universidad que mi primo y ellos salieron por un par de años antes de que Sicheng volviera a China.

Jeno lo miró, tratando de buscar la respuesta a lo que decía.

—Si ellos salían, ¿qué tienes que ver tú?

—Mi primo se fue de una manera particular. Lo abandonó prácticamente porque mis tíos habían arreglado un matrimonio para su hijo único.

—¿Qué? ¿Hablas en serio? —Renjun asintió—. Pero, explícame que tienes que ver tú en la ecuación.

El pelinegro rio divertido. —Bueno, Sicheng regresó el año pasado y como tuvo un tiempo de "vacaciones" pasó a recogerme. El profesor y él se miraron y no sé si te has dado cuenta de su encantadora personalidad. Le gritó a Sicheng por abandonarlo y supo que yo era familiar de él, así que me hace la vida de cuadritos por su corazón roto.

—Debería superar su relación.

—Es fácil decirlo, yo pensaba de la misma manera que tú. Pero mi primo me contó que ellos planeaban casarse

—Mierda.

—Lo sé. Me siento mal por él, así que no le he dicho a nadie que me odia porque mi primo lo abandonó a días de caminar por el altar, por así decirlo —entraron al salón y caminaron al final sin sentarse en sus lugares—. Así que ahora es nuestro secreto, por favor no le digas a nadie.

—Claro que no, ¿a quién le diría? Solo tú eres mi amigo.

Renjun sonrió. —Te harás amigos de mis amigos, no te preocupes. Pero seguirá siendo nuestro secreto, ¿de acuerdo?

—Sí, señor.

Compañeros de asientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora