Capítulo 30

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Alek Novikov.

– Te ves deplorable– Alexander hace una mueca de asco al verme entrar a la casa.

Ríe cuando ve como lo miro, maldito desgraciado, se aprovechará. Sé que le sacará provecho a esto después cuando esté sobrio y pueda burlarse de mí libremente, no perderá la oportunidad de hacerme cabrear.

Cuando camino me tambaleo, en ese momento las piernas se me convierten en gelatina y la botella del asqueroso vodka barato se derrama un poco en la alfombra blanca que mamá tiene en la sala de estar, maldigo sabiendo lo que eso ocasionará. Cuando logro estabilizarme lanzo las llaves en cualquier parte y me siento de un solo golpe en el sofá frente a mi hermano pequeño, quien me ve con desaprobación y burla a la vez. No le presto atención, en cambio, saco el móvil y entro a la galería.

Voy pasando las fotos mientras me empino la botella, soy un masoquista, pero no lo controlo. Por el momento lo único que puedo y quiero hacer es ver las fotos de mi mujer, debo calmar la obsesión que tengo por observarla, porque sino, seré capaz de regresar al hospital para tratar de hablar, como lo deseo. Sin embargo, no es la opción más viable y seguro me termina gritando.

Deslizando por las distintas fotos encuentro una que me saca una sonrisa y hace que me cuestione las razones de estar ahí sentado borracho. Cuando amanezca me arrepentiré de haber tomado tanto alcohol en vez de haber ido detrás de mi mujer.

– Viktor me llamó que venías para acá, ¿que ha pasado para que llegues en este extremo?. Nunca te había visto tan borracho, que incluso te tambaleas– efectivamente, nunca había tomado hasta ese punto, mi tolerancia al alcohol es muy buena– Ni siquiera cuando papá te obligó a tomar el mando.

La voz de mi hermano se escucha tan irritante que da dolor de cabeza, le hago una señal, colocando mi índice en la boca mandándole a callar. Porque acordarme de eso no ayuda mucho, aquellos fueron tiempos oscuros donde mi única luz fue ver a Maxine sentada en un parque.

– Cállate, eres más irritante que un maldito mosquito– el alcohol no me duerme la lengua, pero si me hace un cabron.

«No necesitas la bebida para serlo, ya lo eres» Dice alguien más insolente que mi hermano en mi cabeza.

– Me serviré una copa de vino, para esperar a que me cuentes– se levanta, va al bar, saca una copa y una botella de vino.

– No tengo nada que contarte.

– Lo harás– regresa con botella en mano y se sienta esperando.

– Eres una nena– caigo en cuenta de la última palabra, parece que me hubiese enterrado una navaja en el pulmón, me falta el aire– ¡Maldita sea!– me quito el saco y rompo la camisa blanca en busca de aire.

– Pero no tu nena– ríe solo, como si hubiese dicho el mejor de los chistes– La tuya está a unos cuantos kilómetros de aquí, durmiendo plácidamente en tu cama, sola.

– No esta ahí– me tomo otro trago de la bebida.

Alza las cejas y luego las baja lentamente, puedo ver la sorpresa reflejada en su expresión.

– Esto merece que me ponga comodo– se sirve el vino y comienza a darle vueltas en la copa, para después olerlo. Aquello me vuelve a recordar a ella, todo lo hace.– ¿Que ha pasado para que se viniera abajo tu castillo de ensueño?

Lo ignoro y devuelvo la vista al móvil, no pienso decirle nada, por lo que seguiré ahogando mis pensamientos en alcohol.

– Visto que no me darás informacion, sacare mis hipótesis– no le doy la atención que quiere– Son las cuatro de la madrugada y no estás en tu casa, la que tú mismo mandaste a construir y en dónde has vivido por más de nueve años, la cueva de dónde nadie te saca– se detiene y por fin levanto la cara–. Cómo seguía diciendo, apestas tanto a alcohol que pareces bar de mala muerte andante, algo que es inaceptable para ti. Puesto que eres el ser que más cuida su imagen y mírate– me señala de arriba a abajo– pareces trapeador de discoteca. Realmente asqueroso.

Mi RusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora