Capítulo 31

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Alek Novikov.

– ¿A quién tienes en mente?– pregunta Alexander.

Estábamos sentados en la mesa con una serie de expedientes esparcidos alrededor de esta, con personas que quizás me querían ver muerto y habían mandado aquellos e incluso a la mujer que horas atrás había asesinado, para que hicieran su trabajo sucio. Pero algunos estan fuera del país y otros simplemente estan en el anonimato o escondiéndose de la policía.

– Creeme que si lo supiera ya estaría muerto.

Suspirando me apoyo en la silla con los brazos cruzados, intentando entender lo que estaba sucediendo y estudiar lo que posiblemente podía pasar.

– ¿Cuál es el siguiente paso?

Pregunta Alexander y ni yo sé cuál es el siguiente paso, estoy en duda y primera vez que me sucede. Porque en los casos anterior he sabido que hacer, dado a que todos los enemigos han sido tan idiotas que siempre dejaron pistas para dar con ellos, pero este no es el caso y la única persona que podía haber sabido su identidad, en este momento estaba siendo quemada por mis hombres.

– No bajar la guardia. Se mantendrán tranquilos, pero no por mucho tiempo– contesto al fin, me levanto para servirme un poco de whisky, no quiero nada con el vodka– La familia siempre es el principal punto de ataque, pero no es nuestro caso. La seguridad de Maxine se duplicará, mamá y papá están muy bien protegidos y este último se encarga de la seguridad de Dasha.

– Sabes que la seguridad de papá es inquebrantable– asiento de acuerdo, si tuviera que confiarle la seguridad de alguien, sería a papá y a Santino, nadie pasa por encima de ellos antes que sus hombres ya lo hayan aniquilado.

Papá es audaz y siempre ha sobreprotegido a mamá y a Dasha. Y Santino, cada día me sorprende el entrenamiento que tienen sus hombres, parecen todos sacados de un campamento de karate en Japón.

– ¿Los hombres que tenemos en Los Ángeles los hacemos venir? – niego dándole un sorbo a mi bebida.

– No, que sigan cuidando la casa del padre de mi mujer– no dudo que ya sepan toda la vida de Maxine.

– Es que hasta cuidas al suegro, eso no lo sabía.

– Y no tienes porqué– le extiendo mi mano– Dame mi pistola.

– No te la daré, te puedes hacer otra.

– Me puedo hacer miles, pero esa es mía– no retiro la mano– No jodas tanto, regrésame la.

– Cabrón, yo también quiero una igual. No es justo que las mejores armas te las quedes para tí– se queja.

– Yo las creo, yo las tengo. ¿Quieres una?– asiente varias veces, se la arrebato cuando se la saca– Cómprate una.

– Para que comprarla, si tú las haces y eres mi hermano.

– En los negocio no existe la familia– inspecciono que la pistola este bien, es una obra de arte. Potencia, buen calibre, además tiene una elegancia única y el apellido de la familia grabado confiriendo le un aire un poco rudo– Viktor trae a la siguiente víctima, me quiero ensuciar las manos de sangre.

– Pensé que ya nos iríamos– niego y le señalo el piano que está en la esquina, ese lugar donde el abuelo se sentaba a tocar todos los viernes.

– Siéntate, es hora de divertirse.

Asiente, pero en eso suena su teléfono y lo saca arrugando su entrecejo, habla unos pocos minutos, pero no le presto atención.

Viktor regresa empujando al bastardo mugriento, este cuando me ve palidece y yo le sonrió perversamente, con este no tendré contemplación, se irá directamente al infierno.

Mi RusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora