I

308 32 1
                                    

Liberó un profundo suspiro, intentando asimilar lo que estaba a punto de pasar.

De pie, frente a su puerta principal, ahora abierta, se encontraba aquel muchacho.

Podía ver algunos de los rasgos que su mejor amigo tenía cuando era joven. Antes de volverse una montaña de músculos y un imán para las chicas, había sido ese chiquillo flacucho frente a él.

Empapado de pies a cabeza, con el cabello revuelto y nada más que una caja mojada.

La caja se caía a pedazos, pero albergaba lo que presumía eran sus pertenencias.

Ohm apretó el puente de su nariz, contrariado, inseguro de sí dejarle pasar o no. No debió hacer ese estúpido trato.

El muchacho miraba hacia el suelo mientras tiritaba, haciéndole sentir incómodo. Tenía marcas de moretones a lo largo de los brazos, el labio partido, y estaba descalzo.

-pasa,- musitó Ohm con tranquilidad, -te traeré una toalla.

-no quiero arruinar tu piso,- susurró el chico, -yo puedo esperar aquí.

Ohm no quería tocarlo, tenía la impresión de que se rompería en un millón de pedazos si lo hacía, pero no podía dejarlo ahí afuera.

Dio un paso hacia el, colocando su mano entre los omóplatos del chico y lo empujó con suavidad, haciéndole dar los pasos que hacían falta para poder cerrar la puerta tras él.

Tal como lo predijo, una vez la puerta cerrada, el muchacho se agachó, abrazando sus piernas, y empezó a llorar, escondiendo su rostro entre sus rodillas.

Ohm no era bueno con las lágrimas, no recordaba la última vez que había sido capaz de llorar, por lo que hizo lo único que le resultaba natural. Darle algo de espacio.

Caminó hasta el cuarto de lavado, tomó una de las toallas de la pila de ropa limpia, y regresó a la sala de estar.

No se había movido ni un solo centímetro, pero al menos ya no sollozaba. Colocó la toalla sobre él, envolviéndolo casi por completo, y este levantó la mirada por primera vez.

Sabía muy bien lo que era aquella tristeza en sus ojos, pero no sabía como se sentiría al presenciarla.

Ohm no era una persona cálida... si debía ser honesto, apenas y calificaba como una persona, pero eso nunca le había molestado, hasta ese instante.

-gracias,- murmuró el pequeño, cerrando la toalla sobre su diminuto cuerpo. -lamento molestar, estoy buscando a una persona.

Ohm asintió, inseguro de que hacer ahora. No lo había considerado. Al darle el si a su amigo, no sabía lo que sentiría al ver a su hermano de frente.

No era agradable. No cuando tenía el mismo cabello, la misma nariz y los mismos ojos café… al menos no sonríe, pensó para él.

Consideró negarse. Echarle de su propiedad resultaría increíblemente fácil. Nada lo unía al chiquillo, tan fácil como cerrar la puerta y olvidar que alguna vez estuvo ahí.

Pero ahí estaba otra vez, al principio se lo atribuyó a la fatiga, pero pronto empezó a asociarlo con aquella promesa.

Podía sentir las náuseas y aquel pinchazo tan familiar que se hundía cada vez más en su pecho con tan solo pensar en rechazarle.

-te llamas Fluke, ¿cierto?- quiso saber. el muchacho asintió, desconcertado, intentando secar su cabello.

Fluke no sabía que esperar cuando tomó aquel autobús. Una postal y una dirección era lo único que tenía, y la promesa de que se reuniría con su hermano luego de 6 largos años.

Cumplir una PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora