Capítulo 4: Perdón

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Después de varios días sin que Alix apareciera por la casa de los Montfort, su pequeña prima empezó a preguntar por ella

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Después de varios días sin que Alix apareciera por la casa de los Montfort, su pequeña prima empezó a preguntar por ella. Era como si todos la extrañaran, hasta Guillaume. Y si, mierda, sí. Él también.

Se dijo, muy convencido, que Alix se lo había buscado, ¿no se la pasaba molestando? Pues que se aguantara. Para el segundo día, la mirada de Guillaume que le echaba la culpa de todo, y el recuerdo de los gestos de Alix, empezaron a hacerle sentir algo culpable. Solo un poco. Luego ya no dejó de pensar en eso.

No debió decirle que no era una dama, claro que lo era. Una dama diferente, una que volvía loca a Oriza, según había escuchado. Alix lo desesperaba a él también, y quizá era algo idiota porque le gustaba eso, y que todo terminara en broma.

Se pasó el día pensando en qué podía hacer. Era orgulloso, pero iba a tener que superar eso si quería a Alix merodeando en casa otra vez. Más que en casa, en su vida.

Así que una tarde, después de mucho pensarlo, montó su caballo y fue directo a la casa de los Montmorency. Preguntó por Alix, esperó paciente en el ala de la casa que le pertenecía al esposo de Oriza y a ella misma, y por supuesto, donde habitaba la joven dama.

"La joven", se dijo algo extrañado. "No sabía que la madre de Alix la tuvo a esa edad", pensó. Hasta el día de la discusión ella jamás habló de su familia. Pronto escuchó una puerta abrirse y se puso de pie de inmediato. Por un instante se sorprendió de ver ahí a Oriza.

—Mi señora —se inclinó para saludarla—, qué gusto veros.

—Joven de Montfort —dijo ella muy tranquila. No, tranquila no. Altiva como siempre, con ese aire de grandeza que lo cautivó cuando era más joven.

La quedó mirando, seguía siendo hermosa, pero ¿en verdad aún quería llevársela a la cama? "No, Amaury, creo que no. Creo que ya se te pasó hace tiempo y apenas te das cuenta", se dijo. Recordaba con claridad como el corazón se le aceleraba al verla a lo lejos, como se sonrojaba cuando ella lo miraba, y como cada que la veía solo lograba quedarse mirando sus labios e imaginando que la besaba. Ahora estaba al frente de Oriza y esas sensaciones habían quedado en el olvido.

—Me dicen que ha venido a buscar a Alix —continuó la dama.

—Si, mi señora. Hace días que no aparece en casa y mi pequeña prima pregunta mucho por ella. ¿Está enferma?

—No, para nada. Alix goza de excelente salud como siempre.

—Oh... Ya veo, ¿acaso ella se ve triste por algo? Ella... —Tuvo hasta cierto temor de preguntar eso, pero aun así se atrevió—. ¿Ha llorado?

—¿Alix? No, muchacho, Alix nunca llora. Eso sería un milagro de nuestro señor.

—En vista de que todo va excelente, ¿me permitiría hablar con ella?

—Claro. Está en los jardines. Vera, acompaña al joven de Montfort.

—Si, mi señora.

—Hasta luego, Amaury. Que tenga un buen día.

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