—¡Gabriel! —su espalda se arqueó en el aire, gritando sin pudor al sentirse plena con esos besos y esas caricias, llegando hasta los lugares más prohibidos... nada se comparaba a eso, absolutamente nada.
El rubor subió a sus mejillas cuando los ojos rojos la miraron, extasiados. No hubo vergüenza, miedo o sufrimiento. Nada de golpes o palabras hirientes, solo dos personas entregándose a una pasión que escapaba a la razón.
Elizabeth terminó agotada, reposando en el pecho de su amo entrada la madrugada. Estaba agitada, mirándolo expectante, viendo en él al hombre y no al demonio. En sus ojos brilló la devoción, cuando por un instante lo convirtió en su todo.
Éste la miraba, admirándola. Su pulso firme retiró algunos mechones de cabello que se aferraron a la frente de la chica, pegados gracias al sudor que todavía transpiraba su piel, después de tan agitado momento.
El cansancio la hizo cerrar sus ojos, abandonándose al cansancio al sentirse segura entre los brazos de Gabriel, poniéndole fin a su efímera fantasía.
A la mañana siguiente se removió entre las sábanas, unas que el demonio colocó sobre ella para cubrirla tanto del frio como de las miradas curiosas. El dolor de cabeza estaba presente, lo supo antes de que sus parpados dieran paso al sol. Pasó la mano sobre su cara, intentando cubrirse de la intensa luz, extrañada. Por un momento creyó que estaba en el cuarto de su casa y que Isis no tardaría en pasarse por sus piernas a forma de caricia. Hubiera dado cualquier cosa para que fuera real, pero al abrir los ojos el aire abandonó sus pulmones al ver las cortinas rodear todo el lugar, haciéndole recordar pequeños fragmentos de lo vivido la noche anterior.
Al girar sobre el colchón se encontró de frente con la sonrisa del demonio, que se aventuró a besarla, aferrando el brazo en su cintura para pegarla a su cuerpo, deseoso de continuar en donde se quedaron antes de que Elizabeth se durmiera.
—Quieta, princesa —fue su respuesta cuando se removió bajo su cuerpo.
La chica se congeló en su lugar al patalear, dándose cuenta de que ambos estaban desnudos y en ese momento el llanto se apoderó de ella, cubriendo su cara en un intento por evadir la realidad.
—¿Te lastimé? —su preocupación fue sincera, sentándose a su lado para poder verla mejor.
—N-no, no lo sé —dijo lo primero que llegó a su mente. No prestó atención a su cuerpo para saber si algo dolía.
—¿Entonces, por qué estas así? Quiero continuar donde lo dejamos —con suavidad le quitó las manos del rostro, quería verla, pero al hacerlo lo que encontró de vuelta no fue la que esperaba. Ese brillo, junto con la picardía se esfumaron.
—Amo, por favor —de nuevo temblaba, viéndolo con temor.
El demonio supo lo que pasaba al ver sus ojos inundados de lágrimas y escuchar su corazón irregular. Fue como si lo ocurrido hace apenas unas horas no hubiera sido más que una ilusión, pues la chica que tenía entre sus brazos esa mañana no era la misma que rogaba por su compañía.
La soltó, poniéndose de pie, resignado y hasta enojado. Caminó fuera del lugar hasta perderse entre las cortinas, permitiéndole un poco de espacio.
Elizabeth se ovilló en la cama, cubriéndose entera con las sábanas. Entre más recordaba la noche anterior más dolía su alma. Las frías manos de su captor recorrieron su piel sin reservas y ella lo disfrutó como nunca creyó ser capaz.
Sintió culpa.
No pudo creer que se hubiera entregado así a ese hombre, dejándose llevar, comportándose como si...
Cortó la línea de pensamiento sin querer terminar la frase.
«Por supuesto que no. Amo a Ángel y él es el único en mi mente y en mi corazón»
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Cautiva de un demonio
ParanormalEn el inicio de los tiempos un ángel caído quedó cautivado por la belleza y la rebeldía de la primera humana, enamorándose de ella. Pronto supieron que su profundo amor los condenaría y así fue, resultando en un trágico final. Miles de años tuviero...