Sentado en el segundo escalón de las escaleras principales, viendo a la nada, Gabriel pensó cuanto debían haberse burlado de él los esclavos por verlo así, ahí rodeado de vidrios rotos y las mitades de botella que no lograron romperse en el suelo después de sus arranques de ira. Una sensación poco conocida emanó de sus entrañas, un malestar que generó rencor consigo mismo y le hizo querer romper todo a su alcance.
«Un demonio de mi clase no puede comportarse como un simple humano» pensó, a pesar de sentir sus emociones más notorias que nunca, siéndole difícil manejarlas.
Solía tomar por diversión, pero aquel día lo hizo para olvidar y así fue, hasta que el reloj avanzó y al paso de las horas su estado de ebriedad se mitigó por sí mismo, sin dejar secuela alguna, como le sucedía a todos los demonios.
Sentado todavía, rodeado de vergüenza y frustración, decidió que ese espectáculo no podía volver a repetirse. Él era más fuerte que eso y el haber sobrevivido a su familia por tantos años lo comprobaba. La diferencia estaba en que esta vez no era él a quien deseaban hacer daño, o por lo menos no directamente. Elizabeth atraía más miradas de las que debía, incluidas las de su familia y que la dañaran era algo que no permitiría.
Acomodó su pantalón al ponerse de pie, siendo la única prenda que llevaba encima, pues su torso seguía desnudo desde la noche anterior y eso le trajo recuerdos desagradables, como esos ojos suplicantes y la pálida piel temblando bajo lo fuerte de su agarre...
No quería que algo así se repitiera, por lo que optó por contarle la verdad en lugar de intentar disolver su ira en alcohol, que no le servía más que para potenciar su coraje y nublar su juicio. Le costaba abrirse con ella. Desde que tenía memoria sus pensamientos permanecían guardados en su memoria y escasas veces eran compartidos con su madre, el único ser en quien confiaba, pero ahora... Elizabeth era importante para él y no pensaba dejar que Cedric, Astaroth o quien fuera, cambiaran eso. Le contaría lo que sucedía y le rogaria que entendiera su mal comportamiento y lo perdonara.
Caminó a paso rápido hasta detenerse fuera de la habitación de la humana. La respiración calmada que se escuchó tras la madera le confirmó que dormía. Abrió la puerta con su mano procurando ser silencioso, encontrándola en el sillón. Apenas la vio fue a cargarla para ponerla en la cama. Pasó un brazo sobre su cuello y el otro bajo sus rodillas, percibiendo su singular aroma, similar al de los frutos rojos. Cuando la dejó en la cama lo recibió esa enigmática mirada, que a los segundos se llenó de lágrimas.
—¿Estas bien? —preguntó arrodillándose para quedar a su altura, incomodo con su miedo y sin esperar respuesta habló con prisa: — Perdóname —imploró desde lo más profundo de su ser, rodeándola en un abrazo, dirigiéndole la cabeza a su pecho en gesto protector.
—Temí que todo volviera a ser como antes —confesó entre hipidos, sin poder contener su llanto—. No estoy bien. Después de Cedric nada volverá a ser igual conmigo —el demonio acarició su cabello intentando tranquilizarla—. No soportaría ser tocada de esa forma de nuevo, mucho menos por ti. No después de lo que hemos vivido.
Se separaron, viéndose a los ojos con algo más que solo deseo. Estaban a escasos centímetros de rosar sus narices y probar sus labios. A ambos les recorrió un escalofrió que trepó con rapidez y se extendió por todo su cuerpo, erizándoles la piel.
Gabriel quiso prometerle que todo saldría bien, que no tenían nada de qué preocuparse, pero no quería decirle palabras que no pudiera cumplir y solo guardó silencio. Anheló decirle que la protegería y que no debía llorar más, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta.
—Princesa, no quiero lastimarte —fue lo único que pudo decirle de forma sincera, siendo un par de gruesas lagrimas la respuesta, una que Gabriel limpió con su pulgar, sintiendo que la culpa lo carcomía—. No llores —cada lagrima le provocaba un malestar indescriptible—, hay algo que debo decirte y sé que no es el mejor momento para hacerlo, pero ya no queda mucho tiempo y necesito que lo sepas —el silencio duró unos breves segundos, en los que Gabriel se alejó unos centímetros para poder hablar con ella, desasiendo el abrazo, pero sin dejar de sostener su mano— Astaroth dará una fiesta en su casa y nuestra asistencia es obligatoria. Créeme que no quiero que vayas, pero presentarme sin ti solo confirmaría las sospechas.
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Cautiva de un demonio
ParanormalEn el inicio de los tiempos un ángel caído quedó cautivado por la belleza y la rebeldía de la primera humana, enamorándose de ella. Pronto supieron que su profundo amor los condenaría y así fue, resultando en un trágico final. Miles de años tuviero...