Capítulo 18: Cuartos prohibidos

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Su corazón afligido quiso quedarse acostado en la cama de aquel demonio y llorar hasta sentir que el dolor hubiera desaparecido, pero su mente, intentando ser fuerte, tomó las riendas, obligándola a limpiarse las lágrimas y ponerse de pie. De nada serviría deprimirse por un amor perdido, todo lo contrario, debía vivir, por él.

Necesitaba despejar su cabeza y una caminata por el castillo pintaba para ser una buena distracción. En la carta que Gabriel le dejo antes de irse, mencionó la existencia de algunos cuartos prohibidos, diciéndole que si alguno de los sirvientes la encontraba cerca la regresarían a la habitación. Pensó que era un precio muy bajo por desobedecerlo, así que se dispuso a averiguar qué era lo que los volvía prohibidos.

Con eso en mente tomó una profunda respiración para calmarse antes de salir al corredor y concentrarse en su nueva aventura. Decidió explorar primero los pisos de arriba, en donde nunca había pisado. Abriendo al comienzo unas cuantas puertas al azar, encontrando dentro de cada cuarto el mismo patrón de decoración, similar a lo que se ve en los hoteles. Con tristeza dedujo que ese palacio debía ser uno de los tantos que llegaban a albergar al resto de los demonios en ceremonias como la de Halloween. Los gritos y llantos se hicieron presentes en su memoria. Pensar en el sufrimiento que debían haber presenciado esas paredes le hizo querer no volver a abrir ninguna puerta conectada a los corredores principales.

Siguió caminando, enfocándose en regular su respiración y dejar su mente en blanco. Recorrió la segunda y tercera planta, hasta llegar a una puerta a mitad del pasillo que llamó su atención. Era considerablemente más grande que el resto, teniendo doble apertura, lo que despertó su curiosidad.

«Además de portales a la tierra ¿Qué puede ser tan importante como para que Gabriel lo considere prohibido?»

Al abrirla lo primero en notar fueron las amplias escaleras en forma de caracol que le elevaban en lo alto, custodiadas a los costados por un par de candelabros de oro carentes de vela, que aluzaban con una flama infinita que iluminaba todo el lugar.

-Una torre -fue lo primero en lo que pensó al encontrarse en ese espacio cerrado con aparente forma circular.

Sin pensarlo dos veces tomó uno de los candelabros y sosteniendo la falda de su ligero vestido azul subió a paso lento, pero determinado. Sintiéndose una princesa dentro de un cuento de hadas, pensó en lo que le esperaba al final de las escaleras. ¿Sería un tesoro o algún gran portal a otra dimensión? O ¿acaso la esperaba una rueca encantada que la mandaría a dormir hasta que Gabriel tocara sus labios en un beso de amor verdadero?

Sonrió ante lo tonto que sonaban sus fantasías. Sus expectativas fueron tan altas, que cuando su pie subió el último escalón y se encontró con una puerta tan bella como la anterior, su corazón se aceleró más de lo que ya se encontraba después de tanto ejercicio.

-Muéstrame algo mágico -pidió a la puerta con la ilusión de una niña en su voz.

Su mano agarró al picaporte y al bajarlo un ligero clic resonó, deteniendo su movimiento. La puerta estaba cerrada.

Dentro se escuchó un extraño sonido, un bufido apenas perceptible, seguido de lo que parecía una maquina gigante arrastrándose sobre las baldosas de piedra.

Pegó su oído a la puerta, esperando volver a escucharlo, pero lo único que percibió fue absoluto silencio por el resto del minuto que estuvo así.

Buscó a su alrededor, esperando encontrar una llave escondida por ahí, pero parecía que la suerte no estaba de su lado.

El sonido de roca friccionándose entre sí del otro lado de la puerta volvió a escucharse, despertando aún más su curiosidad. Algo le decía que detrás de la madera encontraría algo importante, así que liberó uno de sus tantos risos, tomando un pasador de su cabello y después de quitarle la goma lo introdujo en el orificio de la cerradura.

Cautiva de un demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora