Capítulo 22: Su alma

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 El camino les pareció más largo de lo que realmente fue. La tensión de ambos emanaba de sus poros y pese a que por el momento estaban en paz y en silencio, sabían que lo que ocurriría en el futuro no serían más que desgracias, provocadas por la decisión de Gabriel de revelarse contra su padre, negándose a entregarle a Elizabeth, demostrando frente a todos que de alguna forma la chica le importaba. Gabriel se preguntó una y otra vez como se vengaría su padre, pues lo conocía los suficiente como para saber que no se quedaría con los brazos cruzados, pero de lo que no estaba seguro era de cuando atacaría o si iría a buscarlos esa misma noche.

Estaba desconcertado por su comportamiento. Meses atrás jamás se habría enfrentado así a Astaroth y no hubiera dudado en renunciar a Elizabeth, pero... ahora las cosas eran diferentes. Entregarla no era una opción. Volteó al techo, dejando por un segundo su mente en blanco, cerrando los ojos con frustración, concentrándose en el calor de esa pequeña mano rodeando la suya. Desde que subieron al carruaje se buscaron de alguna forma, encontrando un poco de consuelo en la mano del otro y desde entonces no volvieron a soltarse. Se sintió de nuevo como aquel niño inseguro y asustadizo, cuyo miedo lo doblegó la mayor parte de su infancia. Al pasar de los años se prometió a si mismo que jamás se permitiría sentirse así de nuevo y tras centenares de años ahí estaba: aterrado.

Para la chica la situación no era fue fácil. Cerró los ojos también, aferrándose a Gabriel, deseando que sintiera lo agradecida que estaba. Por poco su pulso temblaba, recordando una y otra vez las ultimas escenas dentro de la mansión. Quiso decir alguna palabra de apoyo o agradecimiento, pero cada que abría la boca no emitía sonido alguno. Pensó que la forma más fácil de resolver el gran problema en el que estaban metidos seria embarazarse de una buena vez, esa misma noche si era posible. Aceptaría lo que fuera con tal de no volver con Cedric o peor aún, ser entregada al padre de Gabriel.

La invadieron imágenes de las torturas y velaciones que vivió, provocándole escalofríos por todo el cuerpo.

—No van a tocarte, te lo juro —dijo Gabriel con firmeza al sentirla temblar y notar como su pulso se aceleraba, adivinando sus pensamientos.

Elizabeth no pudo decir nada, pero agarró su mejilla, volteándole el rostro para besarlo en los labios. Fue uno tierno, uno lleno de agradecimiento y devoción que sirvió para calmarlo a él también. Levantó la miraba, buscando esos iris carmín, besándole la mejilla para apoyarse después en su pecho, sintiéndose protegida entre sus brazos, que no tardaron en rodearla. Pensó en el gran cambio de Gabriel. Tiempo atrás estaba segura de que no habría dudado en entregarla, disfrutando al ver como la maltrataban hasta que el dolor fuera tan insoportable como para hacerla desvanecer. Se estremeció, recibiendo del demonio un beso en la frente. Su corazón revoloteó al tiempo que lanzó un suspiro al aire. Ese era el Gabriel que amaba.

Decidió ignorar las sospechas de Cedric y concentrarse en lo que su corazón sentía, pues dudaba que Gabriel fuera tan cruel como para jugar con sus sentimientos solo para someterla. Ese demonio violento y oscuro había quedado en el pasado y era por eso que no los dejarían en paz. Jamás aceptarían la relación entre una humana y su amo, Demian y Cedric harían lo que fuera para dañarlos.

«Debo matarlos»

Las palabras se quedaron flotando como un simple pensamiento, sin atreverse a ser pronunciadas. Ella misma se sorprendió al escucharlo tan claro en su mente. Quiso compartir su idea con su acompañante, pero apenas paro el carruaje, Gabriel la cargo en brazos y la metió de inmediato al castillo.

—¿Gabriel? —preguntó temerosa cuando estuvieron en el recibidor, haciendo que el demonio se detuviera.

—Te llevare a tu habitación y cerrare con magia de sangre para que no salgas hasta que esto se resuelva —su voz fue fría, pero aun así pudo detectar en ella la angustia y preocupación.

Cautiva de un demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora