Las puertas del cuarto de hotel se cerraron en automático cuando ambos estuvieron dentro. El demonio dejó las maletas al lado de la entrada, siguiendo con el silencio sepulcral que lo caracterizó todo el camino.
En la oscuridad la pantalla de un reloj digital brilló marcando las 4:12am, anunciando que dentro de poco amanecería.
Nadie se molestó en encender la luz. No fue necesaria.
Frente a ellos, pasando la recepción, se alzó un gran ventanal que brindaba no solo luz natural, sino también una espectacular vista de la ciudad.
Entre el silencio, vibró un suspiro de asombro. Elizabeth cubrió su boca con una mano y avanzó al cristal con pasos lentos, tomándose su tiempo para disfrutar el gran espectáculo. Pequeñas luces brillaban bajo ellos, como si de luciérnagas se trataran. Ni en sus mejores sueños pudo imaginar algo tan bello, tan mágico. El velo de la noche cubría los antiguos edificios, haciéndolos lucir más bellos a la luz de la luna, inmersos en un pacifico silencio. Descubrió que las postales no le hacían justicia, quedando cortas al esplendor de la ciudad de Londres durante la madrugada.
—Es mágico —alzó una mano temblorosa, tocando el cristal sin poder creer lo que veía, pensando que en cualquier momento despertaría en su prisión. Sus ojos se cristalizaron y su barbilla tembló por la emoción.
Deseó estar parada justo ahí para ver el amanecer, observando a detalle como cada rayo de sol bañaba la ciudad con su luz hasta llenarla por completo.
—Ven —su amo la llamó, pero sus palabras estuvieron lejos de sonar autoritarias.
—¿Puedo quedarme aquí hasta que el sol salga? —ilusionada, con la mano todavía en el ventanal, se atrevió a debatir la orden de Gabriel.
Su corazón latió con ilusión, comparando su emoción con la de un niño a punto de abrir los regalos bajo el pino en una mañana de navidad. No se cansaba de ver cada edificio, cada calle, cada pequeña farola y rastro de luz, pareciéndoles fascinantes.
De pronto las manos del demonio reposaron en sus hombros, volteándola con delicadeza para verla un segundo, profundizando en esos brillantes ojos ámbar, para después tomarla de las mejillas con extremo cuidado, dándole un beso como ningún otro.
Elizabeth le correspondió, siguió el movimiento de su lengua, disfrutando de sus labios, mientras buscó su cuello con torpeza, aferrándolo finalmente para mantenerlo unido a ella, deseando más de él.
La mano de Gabriel viajó a su cintura, rodeándola con gesto posesivo al pegarla a su cuerpo, deseoso de sentirla. A través de su piel sintió el corazón de la humana martillando en su pecho y su temperatura elevándose. Anheló sentir el calor de su cuerpo y con eso en mente la cargó sin dificultad, llevándola a la cama en donde la colocó con cuidado, posicionándose encima de ella, sin dejar de saborear su boca.
La cabeza de la chica estaba por las nubes, consciente de los estragos que el demonio causaba en ella y fue ahí que las punzadas en su corazón se volvieron más agudas, reconociendo el sentimiento al que tanto temió.
«¿Por qué él? No él, por favor»
Suplicó al cielo, sin ser capaz de alejarlo o de resistirse, olvidándose de todo. En la oscuridad le resultó más fácil dejarse llevar, sin culpa, con la conciencia adormecida y sus pensamientos concentrados en cada sensación que su cuerpo experimentaba. Al no poder ver con claridad, solo le quedaba sentir.
Un profundo gemido se dio paso de entre su garganta de una forma sexi y gutural que hizo a ambos estremecer. Lo estaba disfrutando y Gabriel no había comenzado siquiera.
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Cautiva de un demonio
FantastiqueEn el inicio de los tiempos un ángel caído quedó cautivado por la belleza y la rebeldía de la primera humana, enamorándose de ella. Pronto supieron que su profundo amor los condenaría y así fue, resultando en un trágico final. Miles de años tuviero...