—No te detuviste —la voz herida de Elizabeth hizo eco en el silencio de la habitación del demonio tanto como en su mente.
Había despertado hace minutos, pero ninguno tuvo el valor de hablar hasta ese momento. Por su lado, Gabriel sabia de su falla y entendía que una simple disculpa no remediaría ni un poco lo que le hizo.
Al abrir los ojos, la chica guardó silencio, encontrando a su acompañante sentado en un sofá a metros de la cama, pensó que fue algo muy acertado por su parte, ya que no lo quería cerca de ella.
—Perdóname —sus palabras parecieron sinceras, pero carecían de valor ante sus atroces actos.
—¿Por qué no te detuviste? —sus ojos se llenaron de lágrimas, que retuvo con enojo en sus pupilas.
Tardó en contestar, viéndola, sin saber que decir, admitiendo en su mente con vergüenza que una parte de él lo había disfrutado y no quiso parar. El miedo y el dolor que provocó en su pequeña presa saciaron temporalmente al demonio que llevaba meses dormido.
—No sé qué decirte —confesó, avergonzado por su falta de autocontrol. Tuvo que admitir que su personalidad dual representaba un gran peligro para ella.
—La verdad —pidió, volteando por fin para encararlo.
En su cuello, las marcas de las mordidas, pese a haber sido curadas, marcaron su blanca piel, siendo un vivo recordatorio del abuso de su amo.
El demonio no fue capaz de sostenerle la mirada y se levantó molesto consigo mismo, dándole la espalda para poder pensar.
—¿Quieres que me vaya? —deseó escucharla decir que sí, para no tener que afrontar la situación por el momento.
—¿Querías hacerme daño?
Para Gabriel, el tono en que lo dijo le dolió más que la espada de Miguel cuando cortó su carne.
—No, por supuesto que no —caminó hasta la cama, desesperado por que le creyera. Quiso tomar sus manos y besarlas, pero se detuvo antes de tocarla, por temor a ser rechazado—. No me mires así —suplicó. Esos iris ámbar que antes lo vieron con devoción, se cubrieron de dolor y decepción. Temió que esa fuera la única mirada que recibiría de ella de ahora en adelante cada que eso bellos ojos se posaran en él—, por favor.
Contrario a él, Elizabeth no bajó la mirada, no esa vez y gracias a eso notó lo arrepentido que estaba y cuanto luchaba consigo mismo por su impulso.
—¿Entonces por qué lo hiciste? Me tapaste la boca y me miraste como si lo estuvieras disfrutando, disfrutando no solo mi dolor físico, sino también el dolor emocional que me provocabas.
—Sé que no merezco tu perdón —empezó diciendo—. Creí que cuando dejara que la esencia demoniaca saliera a flote podría controlarla, pero mi conciencia como vampiro no es tan fuerte. Por años mantuve mis emociones contenidas, por temor a mi padre y vergüenza con mis hermanos, pero llegaste tu y poco a poco eclipsó al demonio en mí. No pude detenerme, porque tuve que guardar dentro de mí cada rastro de empatía y cariño que te tengo, para poder hacerte daño y concretar el ritual —hizo una breve pausa, pensando que tan prudente seria sentarse en la cama a su lado—. No quiero que me temas.
—No te tengo miedo —admitió, sorprendiéndose a sí misma—. Me rompiste el corazón y ese dolor es más fuerte que el miedo que puedo llegar a tenerte.
—Si hubiera sabido que esto pasaría no habría aceptado hacerlo.
—Pero necesitas ese bebe —repitió, pasando saliva al saber lo que involucraba.
—Necesito que tu estés bien y cuando eso suceda, volveremos a intentarlo.
Escucharlo hizo que su corazón volviera a latir al priorizarla antes que al embarazo y lo que más quería era tomarle la palabra, dejar pasar el tiempo hasta que su corazón sanara y su mente descansara antes de volver a intentarlo, pero no tenían tiempo. Por más traumático que fuera, debían repetir el proceso, pronto.
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Cautiva de un demonio
ParanormalEn el inicio de los tiempos un ángel caído quedó cautivado por la belleza y la rebeldía de la primera humana, enamorándose de ella. Pronto supieron que su profundo amor los condenaría y así fue, resultando en un trágico final. Miles de años tuviero...