𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟷𝟹

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Merchant, 22 de junio de 1888

Pese a ser uno de los sectores más pobres de la ciudad, el barrio latino era sin duda el más alegre del puñado. Incluso en plena nevada sus bares seguían abiertos, la música seguía tocando y sus habitantes continuaban bailando, jugando, conversando, hasta las más perdidas horas de la noche.

Era sorprendente, pero allí el frío polar no detenía el ir y venir de la muchedumbre. Cada discusión que se escuchaba en la acera emanaba un calor y una pasión hirviente, de total contraste al hielo del pavimento y la escarcha de la vegetación. La negrura de la noche luchaba contra las luces parpadeantes de velas, hogueras y lámparas de gas. Los humanos se reían al ser azotados por las fuerzas de la naturaleza. Era un lugar peculiar.

Sin embargo, aunque el aire festivo del área era una característica venerable, también se podía convertir en un gran inconveniente para aquellos que lo transitaban estando cortos de tiempo.

Andar apurado por el barrio latino no era recomendable. Viajar con carruajes grandes y carrozas tampoco. Esto lo comprobaron Charles y Theodore, quienes tuvieron que atravesar sus cuadras concurridas con sus caballos, su remolque y su velero. No fue una tarea fácil, para nada. Se demoraron una hora completa en llegar a su destino, la playa de Romero.

—¿Qué horas son? —el señor Gauvain le preguntó a su yerno, calentándose la mano en una de las escasas linternas del muelle que aún no habían sido apagadas por el viento.

—Las una y media de la mañana —el muchacho contestó, luego de revisar el reloj que él le había regalado.

—¿Crees que con este clima logremos llegar al faro? ¿O dejamos este velero escondido por aquí y volvemos mañana?

—Llegar, hasta podemos llegar —Charles libró a los caballos del remolque, sosteniendo las riendas entre sus temblorosos dedos—. El único problema... —Apuntó al islote—. Será regresar. Mire como las olas se están moviendo.

—Estoy mirando —Theodore dijo con un tono incierto.

—Si no tenemos cuidado, podemos terminar siendo arrestados hacia... —Movió su mano hacia una larga agrupación de filosas rocas y escollos—. Ahí.

—Okay —El más viejo del par alzó las cejas—. Morimos, lo entendí. ¿Volvamos a casa, entonces?

Charles lo encaró con una expresión cansada, algo molesta.

—Vinimos aquí a que usted hable con el farero y eso hará —Uno de los caballos resopló a su lado—. Ve, él concuerda conmigo.

—¿Estás seguro? Si piensas que es un trayecto demasiado peligroso por el clima, lo dejamos para otro día...

El muchacho elevó la vista al cielo, observando el ceniciento techo que los cubría, el blanquecino velo que de él descendía y el viento que lo sacudía, gritando con una ira ominosa, presagiando una muerte inevitable.

—Segurísimo —Apenas terminó de hablar y se volteó hacia la ciudad.


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Mientras Theodore se encargaba de soltar el bote al agua, Charles llevó los corceles a la casa de postas más cercana. Le pagó al postillón nocturno la debida tarifa por cada animal y los dejó bajo su cuidado, diciendo que regresaría a por ellos en unas cuantas horas más. Acortando su conversación lo más que pudo, el joven regresó a la costa y vio que su suegro ya había logrado su cometido; el velero ya estaba sobre las olas. El remolque de madera que habían usado para trasladarlo del lago a la playa era de poco valor y muy demasiado pesado para ser robado, así que lo dejaron abandonado sobre la arena, a su propia suerte.

Liaison - Tomo I / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora