Merchant, 03 de febrero de 1892
Luego de darle detalles sobre su niñez y juventud —como los abusos de su padre, la muerte de su madre, el descenso a la locura de su hermano, su viaje a Merchant, su servicio hacia la familia de su esposa y su posterior matrimonio— Theodore le narró a Caroline dicha separación y reconciliación con Jane.
Por primera vez, se permitió ser completamente sincero con la chica. Le mostró sus cicatrices, contestó todas sus preguntas y la dejó interrumpir su discurso cuantas veces fuera necesario, para que entendiera toda su historia y no tan solo la conociera.
Cuando terminó, hasta Jane se encontró boquiabierta por su vulnerabilidad. La mitad de las historias que él compartió, ella nunca había oído antes.
—¿Alguna otra duda?
Caroline sacudió la cabeza y se mantuvo callada por algunos minutos. No estaba nerviosa, incómoda, o enfurecida. Apenas no sabía qué decir.
Sentía que ya no conocía a los dos adultos sentados a su frente. Las verdades que tanto esperaba no le habían traído claridad, sino más confusión y pena.
Sabía que no era correcto, lo que ambos hacían. Sabía que los dos eran casados y que su unión era problemática, a lo mínimo. Entendía, claro, que los dos se amaban —aquello era evidente hasta para el alma más ignorante y simple—, pero ¿sería tal sentimiento una justificativa válida para sus pecados? ¿Sería su cariño suficiente, para excluirlos de cualquier culpa?
No podía decidir qué pensar al respecto.
—Albert me había dicho que eras una... —ella hizo una pausa, avergonzada de tener que decir la palabra—. Una prostituta —Jane bajó la mirada. Theodore la tomó de la mano para apoyarla—. ¿Por cuánto tiempo?...
—¿Trabajé?
—Sí.
—Esa es... una pregunta difícil —la voz de la señora Durand tembló—. Yo... perdí a tus abuelos a muy temprana edad. Viví en un orfanato de monjas capuchinas desde mis dos años hasta los ocho, cuando mi tío me encontró y me llevó a vivir con él. Pero la vida no era fácil y él tenía la salud muy frágil. Trabajaba mucho y ese exceso lo consumía. A veces teníamos que decidir entre el almuerzo y la cena, porque no había suficiente pan para los dos —respiró hondo y apretó los dedos de su amante con fuerza—. Comencé a frecuentar las calles con unos doce, trece años...
—Por todos los cielos... —Caroline mantuvo una voz baja al murmurar, pero su lamento se escuchó de igual manera.
Janeth, sin embargo, prosiguió con su cuento:
—Había oído hablar sobre lo que las mujeres en las esquinas hacían por dinero y pensé que valdría la pena el sacrificio. No habíamos comido en cuatro días, mi tío estaba en cama y pronto no tendríamos cómo pagar el arriendo... así que lo hice. Y lo seguí haciendo hasta después de su muerte, porque una vez ensucias tu nombre, toda la ciudad sabe quién eres y no te contratan en ninguna parte, para ningún trabajo. Pero, al contrario de lo que la sociedad pueda creer, ese tipo de oficio no era para nada lucrativo. Mis únicas posesiones eran los pocos libros que él me había dejado en su testamento, la ropa que llevaba en el cuerpo y mi intelecto. Nada más... Todo el dinero que ganaba lo usaba para sobrevivir —se limpió los ojos—. A los veinte y dos años decidí que, si no podía salir de aquella vida, me haría cómoda en ella. Empecé a trabajar en burdeles porque pagaban más y el hospedaje generalmente era ofrecido por el dueño... Además, los clientes tenían más clase y educación que el peatón común, así que... pensé que era una buena idea. Pero me terminé endeudando, porque para trabajar para un burdel una debe mantener una buena apariencia. Comprar joyas, vestidos y telas de alta calidad era necesario para atraer a más clientes. Debía hacerlo, si es que quería que seguir teniendo un hogar.
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Liaison - Tomo I / #PGP2024
RomanceTheodore Gauvain es un hombre casado, padre de dos hijos, periodista respetado y adinerado. Janeth Durand es una actriz con un marido ausente, perdiosero, madre de una hija a la que no puede mantener. Ambos tienen pasados oscuros, pero sueñan con un...