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Merchant, 25 de diciembre de 1888

La celebración terminó oficialmente a las 2:34 de la mañana. Los invitados se marcharon a sus casas a pie, cargando a sus hijos cansados en sus brazos o en sus espaldas. El señor Gauvain agradeció a los cielos el hecho de vivir en uno de los barrios más tranquilos de Merchant; podía verlos irse sin preocuparse por su seguridad. Sabía que en menos de cinco minutos ya todos estarían acostados en sus debidas camas.

De todo el grupo, la única persona que se quedó en su casa fue Emma. Eleonor les rogó a sus padres que las dejaran tener una pijamada y por ser navidad, ellos concordaron sin pensar mucho en la idea. Eran vecinas estrechas y en caso de cualquier emergencia, estaban a una valla de distancia de su familia.

—Sé que van a charlar un buen rato cuando cierre la puerta, pero traten de al menos irse a dormir antes que el sol salga.

—Sí señor —su hija le hizo un saludo militar, sonrió y se deslizó bajo sus sábanas.

—Buenas noches, señor —Emma la siguió, acostándose a su lado.

—Duerman bien —fue lo último que él les dijo, antes de dejar la habitación.

Después de poner a dormir a Lawrence y a Nicholas —quienes, pese a la diferencia de edad, insistían en luchar contra su sueño con la misma terquedad—, Theodore caminó con pasos pesados a su habitación y se derrumbó en su colchón como un peso muerto. Socializar le gustaba, pero al mismo tiempo lo dejaba exhausto.

—Largo día, ¿no?

—Demasiado largo —le respondió a Helen, quién aún no lograba despegarse del cuaderno de Raoul—. Mañana estaré muerto.

—Puedes quedarte durmiendo hasta más tarde, si es que quieres. Yo me encargo del desayuno y de entretener a Emma.

—¿Segura?

—Sí... te lo debo, después de toda la charla que tuviste en mi lugar esta noche. Fuiste un anfitrión perfecto.

—Lo intenté —se rio—. Y acepto la oferta. Estoy hecho trizas y mi rodilla me duele, bastante. Necesito descansar.

—¿Aún? Creo que deberías ir al hospital. Ya han pasado meses desde esa caída.

—No, no... Prefiero quedarme con dolor. Sabes que detesto ir a hospitales. Además... —se acomodó la almohada—, lo que probablemente me dirán es que necesito usar un bastón. Y no lo haré hasta que al menos cumpla cincuenta.

—¿Necesitas una edad específica para usar uno?

—No, pero no quiero verme más viejo de lo que ya soy —bromeó y apuntó a la cima de sus orejas, donde su pelo ya comenzaba a decolorarse—. Con esto ya es suficiente para que la gente crea que soy un anciano.

—De hecho, creo que ese toque de blanco te viene bien.

Él carcajeó.

—No creerás eso cuando toda mi cabeza se vuelva blanca y la calvicie venga a por mí.

—No te volverás calvo nunca, eres más peludo que un lobo.

—Ahora me siento ofendido.

—Pero no niegas que eso es verdad.

—Lo es, pero no necesitas ser tan franca. Yo no ando por ahí diciendo que tu pelo parece paja.

Helen le pegó y ambos se volvieron a reír.

—¿Cómo te atreves a hablarle así a tu propia esposa?

—¿No me estabas llamando de licántropo a dos segundos atrás?

Liaison - Tomo I / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora