Carcosa, 10 de julio de 1892
Caroline murió por la mañana, mientras Theodore dormía. Su madre fue la última persona en la tierra con la que charló. Le pidió un vaso de agua, le dijo un "te amo" demasiado débil para ser casual y cerró los ojos para siempre.
La falta de su carraspeo y de su tos fue lo que despertó al periodista. Eso y los llantos desesperados de su amada, rogándole para que hiciera algo y evitara lo ya sucedido, mientras el doctor y enfermeras entraban corriendo a la habitación, en un último intento de salvar a la joven. Otra vez, nada de lo que los profesionales hicieron funcionó. Su corazón se había detenido y no volvería a moverse jamás.
Theodore entonces se vio obligado a despegar las manos de Janeth del cuerpo helado de su hija. Nada nunca le dolió tanto, o le causó la misma cantidad de conflictos internos, que hacerlo. Pero sabía que si ignoraba la situación ella no dejaría a la pequeña ir nunca. Por ende, los debidos cuidados funerarios se retrasarían. Así que se tragó su agonía y su aflicción con una expresión solemne, enderezó su postura, y se forzó a separarlas.
Luego, ignorando las protestas y reclamos de la actriz, la llevó vuelta al hotel donde estaban hospedados, entre gimoteos, gritos y protestas. Fue allí donde ella perdió todo su autocontrol y en un lapso de furia, le lanzó un florero de porcelana a la cabeza. Él no se hirió, por suerte. Alcanzó a agacharse justo a tiempo de ver a la maceta explotar en la pared. Sus ropas caras y zapatos lustrados se ensuciaron, pero esto no le importó. Se sentía tan triste que ni siquiera logró enojarse con Janeth por su agresividad. La dejó tener cuantos berrinches quisiera, que le gritara hasta que su garganta sangrara y que los demás huéspedes consideraran llamar a la policía. Dejó le pegara, lo amenazara, e hiciera todos los escándalos necesarios para sobrellevar su desgarrador luto. Y al final —siguiendo sus órdenes de dejarla a solas— salió al pasillo y se quedó sentado afuera de la habitación, tirado en el suelo, mirando a la nada.
Los funcionarios del hotel le preguntaron qué ocurría y él solo logró decirles "nuestra hija falleció". Nada más. No elaboró su cuento, no les dio detalles. Eso era lo realmente importante, y lo más avasallador; Caroline estaba muerta. Había sobrevivido al repugnante comportamiento de su padre solo para morir por una maldita bronquitis.
Theodore se cuestionaba si la culpa por la tragedia era suya. Tal vez, si no la hubiera llevado al lago, si no la hubiera dejado ver la nieve, ella estaría viva ahora.
Obviamente, este pensamiento era ridículo. La chica tenía una salud frágil, siempre la tuvo; pudo haberse enfermado y muerto en cualquier otro momento de su vida. Pero esta secuencia de eventos lo hizo sentirse culpable de todas formas. Y cada sollozo que escuchaba de su querida Jane solo hacía su arrepentimiento aumentar, exponencialmente. Él les había fallado, otra vez. Les había prometido que ambas vivirían contentas, felices, por décadas más, pero sus palabras fueron llevadas por el viento, a un lugar más allá del arcoíris, que solo Dios y sus ángeles podían visitar. Su pequeña se había ido, para jamás regresar.
Sin percibirlo, había comenzado a llorar también. Las lágrimas corrían por su rostro como una cascada, pero él no las sentía en su piel. Ya no sentía nada, de hecho. En su pecho había un vacío abisal, tenebroso. Como si su corazón y espíritu hubieran desaparecido y dejado un hueco masivo en su lugar. Él no temblaba, gemía, ni sentía ganas de hacerlo. No tenía ánimos o energía, y aquello tampoco lo molestaba. Había aceptado su consunción. (No de manera frívola, claro, aún sufría. Pero se había resignado a dicho sufrimiento. Y existir bajo esta templanza espiritual llegaba a ser peor que confrontar a un torbellino de emociones disparatadas, porque la ausencia de sentimientos y sensaciones le habían arrebatado su humanidad, transformando su cuerpo en una carcasa decaída, donde su alma estaba presa contra su voluntad).
Lo único que lo hizo reaccionar y levantarse otra vez fue pensar en la penuria de Janeth. Ella, quien no solo había perdido a su hija, sino también al último miembro vivo de su familia. Se merecía mucho más entendimiento, compasión y apoyo que él. Fue por ella que se limpió las mejillas, sorbió la nariz y regresó a su habitación compartida, pese a su agotamiento y su agonía. Su amada necesitaba de su ayuda y él quería, más que nada, poder ayudarla.
Al entrar, la mujer aún estaba llorando a cántaros y él sabía que no pararía de hacerlo en breve. Pero debía encontrar una manera de ampararla y distraerla de su dolor, como se lo había prometido a Caroline. La cuidaría hasta su último aliento.
Callado, se sentó a su lado. Y al verlo allí, a su lado, incluso después de todo lo que había pasado, ella soltó un ruido pulmonar, doloroso, y le rogó por su perdón. Era claro que estaba arrepentida por haberlo atacado. Él permaneció quieto, imperturbable, pero abrió sus brazos y le ofreció su amor incondicional, al que ella tanto necesitaba en aquella hora. Al instante, Jane cerró los ojos y se lanzó sobre su pecho, balbuceando pedidos de disculpas que el periodista no necesitaba, ni quería oír.
—Te amo —la interrumpió de pronto, besando su cabeza—. Y no te guardo resentimiento alguno. Así que no te preocupes por nada... no te culpes por nada. ¿De acuerdo? —la mujer no le contestó. Solo apretó su agarre en su torso, hundiendo su rostro en su pecho como si quiera desaparecer de la faz de la tierra. No se separaron por horas—. ¿Quieres que Carol sea enterrada aquí o en Merchant?
—Aquí —ella murmuró, con voz acuosa e inestable—. No q-quiero que su cuerpo sea e-enterrado en la misma c-ciudad que el monstruo de su p-padre. Además... ella siempre quiso v-visitar la capital.
—Yo me encargaré de todo entonces.
—Theo...
—No te preocupes, mi amor. No estás sola en esto.
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Liaison - Tomo I / #PGP2024
RomansaTheodore Gauvain es un hombre casado, padre de dos hijos, periodista respetado y adinerado. Janeth Durand es una actriz con un marido ausente, perdiosero, madre de una hija a la que no puede mantener. Ambos tienen pasados oscuros, pero sueñan con un...