Merchant, 16 de junio de 1888
Durante el resto de la semana, Theodore decidió alejarse de sus problemas familiares y concentrarse en su trabajo. No se lo diría a Helen porque no quería herir aún más sus sentimientos, pero saber que ella esperaba un hijo de August Tubbs lo había destrozado por dentro. No por el embarazo en sí, pero por el contexto en el que se había generado.
Ella había intentado casar a su hija con John Tubbs, solo para mantener a su amante cerca. Él entendía que aquella estrategia fue irracional y que había surgido de una desesperación profunda, de una necesidad natural de salvarse el pellejo y de sobrevivir, pero que fuera excusable no la convertía en perdonable. En un intento de protegerse, por poco había herido a su propia su hija, condenándola a una vida de descontento y de miseria. Todo lo demás, él podía ignorar; aquello, no.
Por ello, se había decidido a pasar el mínimo tiempo posible en su casa, regresando a ella apenas cuando el último engranaje de la última máquina había dejado de girar, cuando todos los periódicos habían sido apilados y empacados para su distribución en la mañana, y el único ruido en toda la imprenta era el del viento golpeando contra las ventanas, deslizándose entre sus marcos.
Aquel viernes, la rutina no había cambiado. Luego de terminar de redactar el artículo más importante del ejemplar del lunes —inspirado por las protestas que había presenciado en la estación de Redwood y el desdén de los guardias que la protegían—, recogió sus pertenencias, apagó las luces de su despacho, cruzó las tinieblas de su fábrica y salió a la calle. Ya era tan tarde cuando lo hizo que se vio forzado a regresar a casa a pie. En el pavimento sombrío, soterrado por la nieve y el hielo negro, ningún carruaje, colectivo o tranvía pasaba, pues viajar en semejante clima sería igual a implorar a Dios por una muerte rápida y violenta.
Mientras caminaba de vuelta a su hogar, cruzando las cortinas de copos que descendían del cielo, Theodore cruzó los brazos para mantener el calor y observó a sus alrededores, borrosos por la niebla.
En el invierno, Merchant se veía aún más hostil de lo que ya era. El barrio de la imprenta en específico, era espeluznante.
Las chozas de madera de las familias más pobres, los conventillos que se caían a pedazos, las demás fábricas e editoriales que les daban empleos a algunos sus habitantes, las tiendas, negocios y quioscos construidos con materiales reciclados o de bajo precio que les daban empleos a otros; todo estaba cubierto por un pesado y frío manto blanco. Y por la noche, esta desolación solo empeoraba. Porque todo también aparentaba haber sido abandonado por la humanidad a años, convirtiéndose en el hogar de espectros infernales y bestias desconocidas. Las ventanas oscuras de las propiedades, adornadas con las venas finas de la escarcha, veían al periodista pasar junto a las ráfagas de la nevisca con expresiones lúgubres. Y él, intimidado por la miseria que se escondía detrás de cada postigo, apenas seguía moviéndose adelante, sabiendo que no había mucho que pudiera hacer para removerla de ahí, o de cualquier otro lugar al que mirara.
Pero lo más triste era saber que los cuerpos escuálidos que adentro de dichas casuchas y edificios dormían —fuera sobre mantas en el suelo, colchones de paja, o tablas de madera—, compartían la misma fisionomía cadavérica que las prostitutas afuera. Y que ellas, al contrario de los arrendatarios, no tendrían semejante suerte. Tendrían que mantenerse despiertas toda la noche para no congelarse, bajo cornisas y puentes, entre árboles y callejones.
A tales horas y en tal clima, las únicas mujeres que restaban en la vereda eran aquellas que no tenían otra opción a no ser estar ahí. Las cortesanas de la alta sociedad ya se habían ido a sus hogares, con o sin la compañía de clientes. Las que trabajaban en burdeles, preferían no abandonar el local en noches como aquella. Por lo que las que permanecían afuera eran las que necesitaban con urgencia de dinero, y que estaban dispuestas ahacer lo que fuera necesario para conseguirlo.
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Liaison - Tomo I / #PGP2024
RomansaTheodore Gauvain es un hombre casado, padre de dos hijos, periodista respetado y adinerado. Janeth Durand es una actriz con un marido ausente, perdiosero, madre de una hija a la que no puede mantener. Ambos tienen pasados oscuros, pero sueñan con un...