Merchant, 03 de septiembre de 1888
El señor Gauvain decidió que el reportaje sobre la vida adentro de los manicomios nacionales sería el último en el que participaría activamente hasta el nacimiento de su hijo.
Junto a dos de los escritores de su sala de redacción, visitó al Hospital Psiquiátrico de Newell, luego viajó por dos días a visitar a un par de instituciones más en Brookmount, y les hizo entrevistas a ex pacientes que había logrado contactar gracias a la ayuda crucial de algunos de sus amigos doctores. Incluso conversó con una escritora llamada Hannah Fairfax, autora de un libro sobre los malos tratos sufridos por dichos pacientes, quien se había internado voluntariamente en uno de dichos manicomios. La información que recolectó lo abrumó tanto como lo indignó.
Su equipo investigativo no se reducía apenas a él y sus subordinados, no obstante. Contó también con la participación activa de Alonse Archambeau —el artista que había conocido en Hurepoix—, quien se encargó de inmortalizar a los rostros condenados a morir en aquellas tenebrosas instituciones; con la de Larry Knightley —el fotógrafo con el que había trabajado en la investigación sobre la matanza de los Onasinos—, quien consiguió capturar la esencia macabra de los edificios donde vivían; y claro, con la de Jane, quien afiló su texto y lo hizo más provocativo, mordaz y relevante.
Gracias a la combinación de sus esfuerzos, las ventas de la Gaceta volvieron a estallar, y pronto la imprenta ya no tenía suficiente papel para cubrir la demanda. Toda la ciudad de pronto se había interesado en el tema más obscuro e ignorado de todos; la frágil salud mental de los ciudadanos de las Islas de Gainsboro.
—¿Y? —él le preguntó a Helen, al verla baja el nuevo ejemplar de su diario, con el artículo publicado—. ¿Qué crees? ¿Te gustó o lo detestas?
Ella dejó el periódico sobre su escritorio y frotó sus ojos con sus dedos, ya llorando.
—Por primera vez y tal vez única... concuerdo plenamente con todo lo que dijiste. Así que no, no lo detesto en lo absoluto. Y... —Lo miró—, estoy orgullosa de ti. Este reportaje ha sido el mejor que has sacado en un largo tiempo. El tono no fue condescendiente, no fue austero... fue imparcial, sincero. Y ese es precisamente el tipo de periodismo que me encanta y que debe ser más popular en Merchant —Entrelazó los dedos de la mano—.No sé qué más decir, a no ser... bien hecho. Está excelente.
—Para haberte emocionado, supongo que sí —Él sonrió, halagado—. Ojalá esto le haga justicia a la memoria de Raoul. No me puedo perdonar por el daño que le hice.
—Que le hicimos, quieres decir. No fuiste el único que se alejó de él por sus enfermedades.
—Pero tú le escribiste. Yo no —Theodore sacudió la cabeza, decepcionado—. Me olvidé de él, por completo. Hasta que no pude ignorar más su existencia... hasta que tuve que reconocerlo en una morgue.
Helen podría ser una mujer seria, pero no era insensible. Estiró su brazo adelante, le ofreció su mano, y le acarició la palma.
—Pues estoy segura que él estaría bastante feliz al leer esto —le dijo, con un afecto inusual para su persona—. Y sé que él te perdonaría por tu ausencia. Sabía que estabas ocupado trabajando, criando a nuestros hijos... que tenías otras responsabilidades.
Pese a saber que aquello no era cierto, Theodore no halló fuerzas para negar sus palabras. Le sonrió por un instante, con los ojos llorosos, y se inclinó para besar sus nudillos.
—Gracias —murmuró, antes de soltar sus dedos y acomodarse en su asiento.
—Solo...
—¿Qué?
—Necesito que me digas algo, Ted.
—Lo que sea.
—¿Ella te ayudó a redactar esto, no es cierto?
La pregunta lo tomó de sorpresa. No por la duda en sí, pero por la carencia de rencor en la voz que la enunciaba.
—Lo hizo. Fue mi editora —Fue honesto—. Antes que me reproches, o me acuses injustamente... Este tema es demasiado cercano a mi corazón. Me costó mucho escribir sobre él. Pensar en situaciones que los pacientes a los que entrevisté pasaron, en los abusos, en la ignorancia de la gente, y en la intolerancia que ellos experimentaron, me hizo ponderar la posibilidad de que Raoul haya pasado por lo mismo. Y por un minuto, dudé sobre seguir adelante con el reportaje... pero Jane me ayudó. Me motivó a terminarlo... y sin ella, esto no hubiera sido posible.
—No te iba a criticar, Theo —Helen dijo en un tono relajado—. Solo quería saber la verdad. Nada más.
—Si lo dices —Él se encogió de hombros—. Te creo. Aunque admito que me sorprende que no estés enojada.
—Francamente... —La señora se rio, entristecida—. Hasta yo no entiendo mi calma, ni logro explicarla.
—Pues te agradezco, por intentar comprender mi lado de la historia antes de juzgarme. Y por aceptar la presencia de Jane en mi vida.
—No necesitas agradecerme por nada —Sacudió la cabeza—. Solo necesitas prometerme algo.
—¿Qué?
—Que le darás los créditos que se merece de la próxima vez que trabaje para ti —Levantó un dedo al aire, insistiendo en que la dejara continuar—. Obviamente no incluyas su nombre verdadero. Que use un seudónimo. Pero no ignores sus contribuciones a tu obra otra vez. No es profesional, ni justo.
—¿Quién eres y qué hiciste con mi esposa? —bromeó, asombrado.
—Sigo siendo la misma mujer con la que te casaste... solo que ahora soy un poco más empática.
Theodore alzó una ceja.
—¿Y qué ocasionó ese súbito cambio de carácter?
Ella miró al diario.
—Perder a mi mejor amigo.
El periodista dejó de lado su actitud cómica y se levantó de su asiento, acercándosele lentamente. Aún de pie la abrazó, dejándola llorar en la cálida comodidad de su torso, en la familiaridad de su figura. Por el momento, era lo único que podía hacer para reconfortarla.
—Extraño a Raoul.
—Lo sé —Acarició su cabeza—. Yo también.
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Liaison - Tomo I / #PGP2024
RomanceTheodore Gauvain es un hombre casado, padre de dos hijos, periodista respetado y adinerado. Janeth Durand es una actriz con un marido ausente, perdiosero, madre de una hija a la que no puede mantener. Ambos tienen pasados oscuros, pero sueñan con un...