𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟸

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Merchant, 26 de mayo de 1888

La semana siguiente, el señor Gauvain no tan solo compró un nuevo juego de ropa de cama para su habitación secreta, sino que también mandó entregar cajas y cajas de verduras y vegetales a la pequeña iglesia que auxiliaron. Obvio que su acto de buena voluntad fue seguido por un hirviente, colérico artículo en la Gaceta, que arruinó aún más la destrozada reputación del alcalde y causó una nueva oleada de donaciones al templo. No hace falta decir que los pobres que ahí residían apreciaron el gesto.

Si su avarienta esposa se enteró de sus gastos, no se lo hizo saber. Ya su amante, duplicó su afecto hacia él, por su coraje y su atrevimiento al confrontar dicho político.

El constante intercambio de notas entre ambos también se volvió más cálido y lleno de añoranza. El traspaso de su correspondencia siempre lo hacían a través de terceros, eligiendo con frecuencia la ayuda de un niño de once años llamado Henry, quien trabajaba en la imprenta de la Gaceta como repartidor. Por algunas monedas, el joven se desplazaba desde la fábrica hasta el Gran Teatro Odeón, dónde la señora Durand se ganaba la vida como actriz. Llevaba y traía notas como una paloma mensajera, desplazándose por la ciudad a alta velocidad, sobre una bicicleta regalada por su jefe. A veces se detenía en la panadería de su tío a comprarse algunos buñuelos para comer mientras pedaleaba, pero generalmente era rápido y regresaba en menos de veinte minutos.

Theodore, como dueño del periódico, director de la sala de redacción y  principal periodista del diario, no se complicaba con enviarlo al teatro más de cuatro veces al día. Le pagaba como si estuviera laborando para la imprenta, junto a los otros funcionarios. Y el chico en sí disfrutaba el servicio. Casi siempre llegaba al edificio tarareando alguna canción que había oído en el Odeón, con una expresión relajada, y aquel día esto no fue distinto.

—¿Señor Gauvain? —Dejó su bicicleta apoyada contra la pared y se quitó la boina, caminando en su dirección—. Aquí está —Le entregó un cuadrado de papel doblegado, que había guardado en el bolsillo de su pantalón—. La señora D. me pidió que me apurara en entregarlo, que era urgente que usted lo leyera.

—Gracias, Henry —le dijo con una sonrisa educada, dándole una sacudida a su caballera mientras lo cruzaba—. Antes que te vayas de aquí a casa, pasa en mi escritorio... te daré un extra por tu eficiencia.

—Le agradezco señor. Lo haré —El niño asintió, contento, y en seguida corrió hacia la línea de producción, desapareciendo entre las máquinas.

Simultáneamente, su jefe se movió a la privacidad de su oficina, donde abrió la nota con latente curiosidad. Se sentó despacio sobre su silla, dejando sus ojos deslizarse sobre cada línea con profundo interés. De a poco, su expresión se fue endureciendo, sus cejas curvándose, su agarre en el papel volviéndose más rígido. Bajó la carta y respiró hondo, molesto.

Según lo que la señora Durand le había dicho, se encontraría con el inútil de su marido aquella noche, a conversar otra vez sobre la custodia de su hija. El sujeto, un artista de quinta categoría llamado Albert, le había prometido mundos y mares cuando joven, pero lo único que le terminó dando fue decepción. Se casaron apenas para ocultar el escándalo dicho embarazo sería para ambos e intentaron anular su compromiso tan solo dos meses después de consumarlo. Pero el juez no le concedió el pedido de anulación, insistiendo que trataran ajustar sus diferencias antes de tomar una decisión tan drástica. Aquello había sido a una década atrás.

Durante este tiempo, los dos se habían cambiado a nuevas casas, e ignorado la existencia del otro lo más que podían. Lo único que los obligaba a mantener contacto era su hija y nada más. Estaban legamente casados, pero no tenían relación alguna.

La niña, Caroline, vivía con su tía paterna en una ciudad cercana a Merchant, llamada Brookmount. A veces, cuando la agenda de su madre se lo permitía, recibía su visita y la de Theodore. De su padre no sabía mucho; él apenas aparecía para darle dinero a su guardiana e intentaba mantener su relación con ella lo más fría y formal posible. La niña no comprendía la antipatía de Albert en lo más mínimo. Sabía que el hombre tenía otra familia, pero también sabía que aquello no justificaba su desdén.

Gauvain, en la otra mano, le tenía un cariño enorme a Caroline y entendía su dolor mejor que nadie; su padre los había abandonado a él y sus hermanos cuando apenas tenía seis. Él tampoco tenía muchas memorias positivas del sujeto, apenas reconocía su existencia como algo factual, y Raoul y Bernard —pese a ser más viejos— no poseían una experiencia muy distinta a la suya.

El antiguo Señor Gauvain siempre había sido un hombre amargado, alejado de su familia. Su madre tuvo que rellenar su rol antes mismo de que se marchara del hogar. Por eso mismo, Theodore intentaba ser la mejor figura paterna que podía hacia la niña. Jamás podría tomar el lugar del desgraciado de Albert, pero podía darle el amor que el sujeto repudiaba; hacerlo no le costaría nada.

Todo esto dicho y explicado, leer que el infeliz quería, milagrosamente, criar a la chica y llevarla a conocer su casa en Saint-Lauren le despertó una desconfianza y una irritación profunda. Aquella alimaña planeaba algo, sin duda. Todas sus reapariciones eran marcadas por deudas, pedidos de ayuda, emergencias, y esta no sería diferente.

El periodista se levantó y guardó la nota en su abrigo. Ordenó su área de trabajo y salió de su escritorio, cruzando la imprenta. En la calle, se subió a una diligencia y se desplazó hacia el teatro. No podía enviar una respuesta escrita, debía ver a su amada en persona. Como si fuera también dueño de aquel edificio, ingresó a la construcción sin pedir permiso alguno. Sobre el palco, un grupo de actores ensayaban una escena de la obra que estrenaría por la noche. Entre los figurantes, Jane se encontraba de pie, ojeándolos a todos con una mirada vacía, desnortada.

Preocupado —pero no sorprendido—, Theodore caminó hacia el director del teatro, el Señor Ashman, y le pidió permiso para tener una rápida charla con una de sus actrices. Gracias a su longeva amistad, el caballero concordó al instante. Gauvain entonces se movió hacia las bambalinas y de ahí subió al palco con pasos tímidos. Despertó a su amada de su transe al poner una mano sobre su hombro. Luego, les hizo una seña silenciosa para que lo siguiera.

Subieron al techo del edificio, escabulléndose de la multitud de artistas, escritores y compositores por un momento. Necesitaban de privacidad.

—No deberías haber venido aquí, la gente va a hablar...

—No me interesa lo que piensen, esto es demasiado importante —él la cortó, apoyando ambas manos en su cintura—. Albert se quiere llevar a Caroline a Saint-Lauren.

—Sí...

—¿Qué haremos al respecto?

—¿Haremos?

—Claro, no te dejaré sola en esto —Gauvain afirmó al notar su conmoción—. Si necesitas contratar a un abogado para intentar anular el matrimonio otra vez, o incluso divorciarte, te lo consigo. Tengo amigos en esa área...

—No tengo dinero para mantenerla conmigo, Theodore. ¡Apenas tengo dinero para sobrevivir sola!

—Calma, eso no será un problema. Soy rico, puedo ayudarte.

—No me quiero aprovechar...

—No te estarás aprovechando de nada, Jane. Yo lo estoy ofreciendo —Se le acercó, angustiado—. No puedes dejar que ese maldito se la lleve... No confío en él y creo que tú tampoco.

—No, claro que no —Ella sacudió la cabeza—. Pero no tengo idea qué debo hacer. No sé qué decirle —confesó con un exhalo agotado—. Estoy aterrada de encontrarme con él hoy.

—Puedo acompañarte.

—No te quiero meter en esto...

—Otra vez, me estoy ofreciendo —Tomó su mano, acariciándola—. Déjame ayudarte.

Ella lo miró a los ojos, ponderando su propuesta. Algo recelosa, pero sabiendo que no tenía otra opción a no ser aceptar, asintió. En seguida, se lanzó hacia adelante, abrazándolo con fuerza. Él le besó el costado de la cabeza, dejando que se hundiera en su hombro.

—No quiero perder a mi hija.

—No lo harás —aseguró, determinado—. No mientras yo esté aquí.

Liaison - Tomo I / #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora