Theodore Gauvain es un hombre casado, padre de dos hijos, periodista respetado y adinerado.
Janeth Durand es una actriz con un marido ausente, perdiosero, madre de una hija a la que no puede mantener. Ambos tienen pasados oscuros, pero sueñan con un...
Theodore se despertó con un salto, ya sollozando. Aún entre los brazos de su amada, él empuñó la tela de su negligé, buscando prueba sólida de que ella estaba ahí, a su lado, y que no se había ido nuevamente.
—Hey... —Aletargada, la mujer intentó consolarlo con caricias dulces, volviendo a enterrar su mano en su cabello.
—Lo siento. Lo siento t-tanto...
—¿Qué pasó? Estabas durmiendo tan bien...
—Soñé... soñé con nuestra pelea.
—¿Pelea? Pero si hace años que no nos peleamos.
—Lo que pasó en Newell —él clarificó, incapaz de mirarla—. Soñé sobre cómo te traté a-aquella noche... y todas las noches anteriores... —Sacudió la cabeza—. Tenías r-razón... tenías toda la razón. Fui tan a-arrogante, tan insoportable...
—Fuiste un poco... bruto, sí. Pero has cambiado. Y mucho. Ya no eres ese mismo hombre de hace cinco años atrás. Estás lejísimo de él. No has vuelto a gritarme, ni a amenazarme. Me tratas como a una reina... me ayudaste a reencontrarme con mi hija. Dios, me has comprado esta casa... —Ella le echó un vistazo al techo y a las paredes—. Me has traído tranquilidad. Algo que siempre quise tener y nunca pude —Lo volvió a mirar y enseguida se inclinó hacia abajo, para besar su tez—. Te he perdonado a mucho tiempo por lo que hiciste. Tú también deberías perdonarte.
—No sé si pueda... —él confesó con timidez—. No sé si debería.
—Theo. Mírame —le pidió con amabilidad y esperó pacientemente a que lo hiciera—. Equivocarse es humano. Hacer cosas malas, es humano. Decir idioteces también. Has cambiado tu forma de ser, te has vuelto una persona mejor... y tu espíritu merece paz. Claro que debes perdonarte.
—¿Cómo?
Ella contempló la pregunta.
—Acepta tu culpa, pero no sufras por ella. Lo que está hecho, hecho está. Mira hacia adelante... y sigue siendo el hombre gentil, considerado, bueno que eres ahora —Le sonrió, acariciando su mejilla.
Él, aún conmocionado, volvió a asentir y a reposar la cabeza sobre su pecho. Después de aquella charla, su agarre se relajó, su respiración se calmó y sus ojos se cerraron, dejando que su alma se librara de su cuerpo y fuera cazar aventuras en un plano más elevado, más amable que el suyo.
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Dibujo re viejo pero... Aquí lo tienen como pedido de disculpa por el capítulo cortito jeje:
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