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Hoy se cumplían 3 años desde la muerte de Yoo Joonghyuk.
No había día ni noche en la que no pensara en quien fue mi amante y compañero. Recordaba sus manos, su mirada y su voz, añorando el día en el que pudiéramos reunirnos más allá de esta vida, en la muerte.
En mis sueños, nos reencontrábamos como nos habíamos conocido en primer lugar, él perdido en el bosque y yo viviendo dentro de el, ajeno a la sociedad externa. Hallándonos ambos en estos recintos de minka, compartiendo a partir de ahí nuestro tiempo y espacio.
Siempre que recordaba nuestros momentos, la melancolía me consumía y me transformaba en un ser que había perdido por completo su alma. Un cadáver que solo esperaba los brazos, las caricias y las tiernas palabras de su gran amor.
Volvía incansablemente a los tiempos en los que Yoo Joonghyuk me ayudaba a recoger madera, para luego usarla en una chimenea que presenciaríamos los dos después de haber intimado y haber profesado nuestros sentimientos bajo la luz cálida.
Cuando cocinaba para mí con suma habilidad encantadora, para esperar paciente mi juicio sobre sus más recientes inventos.
Antes de él no tenía mucho, después de él ni yo mismo quedaba de lo que fui mientras estuvimos, juntos, acompañados por el corazón que él usaba para latir por mí, y mi corazón gastado que uso aún para latir por él.
Ahora observo con tristeza el mismo cielo que alguna vez él vio, respirando el aire que él ya no pudo respirar, y sintiendo por él lo que nunca deje de sentir.
Y así mis lágrimas y llantos acompañaron el sonido del agua recorriendo el shishi odoshi, que era ahora, junto al viento, el único susurro que podía escuchar.
