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El pasto verde fosforescente reflectaba la noche eterna de mi planeta, por supuesto que imaginarás un campo como uno normal, pero este estaba lleno de insectos de muchas cabezas iluminadas, casi similares a las luciérnagas, las flores y los árboles eran de colores mucho más brillantes y vibrantes que cualquiera de la tierra, lo suficiente como para ser la fuente de luz de acá abajo, mientras que allá arriba siempre adornaban las estrellas.
Aquí nunca era de día, así que siempre las veía titilar más allá de lo que yo podía alcanzar.
Pero lejos de todo eso había alguien importante para mí, alguien que seguía esperando aún después de muchos años.
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B.E.P. era el sextigentesimo décimo tercero planeta de mi búsqueda.
Era un trozo de roca árido sin más vida que yo mismo y Rhitah, con la luz de siete soles quemando cada indicio de existencia, nosotros solo siendo protegidos de ellos por nuestro campo de fuerza.
El meceo lento de mi transporte era incómodo, y aunque Rhitah fue lo mejor que pude obtener después de que mi primera nave chocara seguía siendo fastidiosa, lo peor era cuando a la gigante elefante se le ocurría barritar. En un lugar como la tierra sería medianamente normal, pero aquí, en este planeta, todo temblaba y crujía ante sus gritos.
Revisé el mapa que cargaba desde hace 47 años, ya estaba desdibujado y agrietado, pero era el único mapa que me llevaría a la ESPHERA. Y es que en esta linea universal solo habían seis figuras espejo tridimensionales, una especie de transporte a lugares muy específicos.
La última vez que lo vi a él había sido absorbido por una de estas. El tesoro de mi búsqueda era al final de todo una persona.
Si pudiera verlo, hablarle una vez más...
He navegado más que comunes mares, viajado al espacio y atravesado las galaxias solamente para encontrar una pista, un lugar donde reunirnos. Incluso después de tantos años sin saber nada aún sigo buscando, porque es todo lo que extraño, más que todo lo que he dejado atrás en este viaje.
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