XXIV

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Camino lentamente, no tengo ninguna razón concreta para correr

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Camino lentamente, no tengo ninguna razón concreta para correr. Llevo el arma conmigo, por si alguien esta arriba esperándome. Subo las escaleras sintiendo que esto debe ser un sueño, he deseado tanto esto que me parece irreal que ahora este ocurriendo. 

Nadie esta arriba. Tampoco me dispuse a revisar demasiado. Salgo por la puerta que hacía unos días había atravesado, el sol golpea mi frente y suspiro. El oxigeno del exterior parece la cosa más hermosa que existe.

Escondo el arma en mis pantalones, pero siento que ya no deberé usarla nunca más. 

Me dirijo hasta la carretera, camino lento y sintiendo que cada paso que doy y me aleja de aquella casa, también me aleja de toda la tortura que alguna vez sufrí. Siento que se caen pesas de mi espalda y no noto cuando es que comienzo a reír. 

Un auto frena junto a mí. Miro al hombre, este me observa consternado y abre la boca sin poder conjugar palabras.

—¿Eres el príncipe desaparecido o eres exactamente igual a él? —inquiere después de unos minutos en los que nos quedamos viendo.

—Soy Siem —dije—, ¿puede prestarme su móvil?

—¿Qué carajo te paso, niño?

Si supieras...

—Mejor te llevo a la estación de policía, ¿te parece bien? —pregunta estirándose para abrir la puerta del coche.

Asiento. Subo al automóvil y no tarda en ponerse en marcha.

Iba observando todo aquello que estaba al rededor, cuando una camioneta paso junto a nosotros. Mire al conductor y este me miro a mí. Adler... Lo salude sonriendo y este también sonrió. No sé explicar la sensación que sentí, pero él parece comprenderlo todo y casi que hasta lo acepta. Es lo que es. Los psicópatas están muertos ya.


—¡Dios mío! —exclamo mi padre al verme— ¿Qué es lo que te hicieron? 

Realmente estoy demacrado. Estoy mucho más delgado de lo que alguna vez estuve, olía a la peor de las pestes y estaba hecho un desastre en rasgos generales. Sin embargo, no puedo dejar de sonreír y llorar al mismo tiempo. 

Mi madre corre a abrazarme a pesar de toda la mugre que llevo. 

—Mi bebé, ¿qué te han hecho? —pregunta llorando. 

—Estoy bien, tranquilos. —digo en un intento inutil de tranquilizar. 

Mi padre miro al hombre que hablaba con la policía respecto a como me encontró. 

—¿Quién diría que estabas cerca de uno de nuestros castillos? —refunfuña mi padre—. Esos malditos idiotas, se estuvieron burlando de nosotros todo este tiempo. 

Miles de entrevistas, historias interminables, libros de quinientas páginas vendidos sobre un pasado que me destruyo.

¿Qué si me juzgaron? Bueno, fue difícil. Las entidades de vigilancia internacional borraron los rastros de las pornos, las personas que reconocí fueron a prisión y Adler sigue en mi mente, jamás lo acuse. Sin embargo, si encontraron a la familia. Dije que el padre era la mente maestra, no quise a acusar a nadie más. No dije quise reconocer a la mujer a quien mataron a su amor ni al único de esa familia que me dio una mano.

Nadie me creyó del todo. Hubo documentales diciendo que no podía pasar algo así y en contra parte, personas creyentes de teorías conspirativas que involucraron a más personas de las que podría imaginar.

Sí. Fue todo un escándalo.

Tantas cámaras, tantas entrevistas, tantas palabras y pesadillas cada noche.

Pastillas y terapia supuestamente calmarían mi alma, pero aunque el tiempo pase siempre tendré miedo de que aquel ruso aparezca en mi vida una vez más.

No sé si dispararle me vuelve igual a él, pero solo puedo sonreír al recordar su cadáver.

Solo me queda existir en libertad, sin saber como vivir.

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El segundo infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora