VII

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Hemos hecho de todo ya

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Hemos hecho de todo ya. Hicimos todas las parafilias que a una mente retorcida le encantaría. Ya tuve cuerdas en mis manos, disfraces, personajes, diálogos, etc. Fui humillado de todas las formas que a Dmitry se le han ocurrido y supongo que su cerebro se esta quedando seco. Al menos las grabaciones han parado. Al rededor de treinta vídeos hemos filmado, no sé cuantos colgó en las paginas porno ni como lo hace. Su IP es rastreable, así que debería de andar con cuidado si aún no me han encontrado.

Ya ni sé hace cuanto estoy aquí.

Intento mantenerme sumiso ante él, con una tranquilidad que no lo alteré, pero cada vez se me hace más difícil. Sé que él se ha encariñado conmigo. Sus besos en la mañana, su nuevo capricho de traerme comidas extravagantes o preguntarme cómo me siento. Parece feliz de que yo este aquí. Aún no me queda claro si yo siento algo por él. No lo quiero, de eso ni hablar. Pero me acostumbré a verlo. Después de todo dependo de él.

Su nueva manía es tenerme atado en una silla y desatarme para dormir. Él me ve dormir, supongo que Dmitry lo hace en el día. Hay días en los que no viene y pasó hambre aquí solo. Otros en los que no se va hasta que despierto. A veces tengo miedo de que jamás vuelva y yo muera de hambre en este horrible escondite.

La puerta se abre y él esta sonriente como casi siempre. Depende de como le ha ido, a veces soy yo quien soporta sus enfados cargados de golpes. 

—¿Cómo pasaste la noche, princesa? —pregunta Dmitry acercándose hacia mi.

Trae un chicle que mastica con fuerza.

—¿Quieres algo, pequeña? —inquiere cerrando la enorme puerta de metal, echándole llave y guardándola en uno de sus enormes bolsillos.

Siempre llevaba ropa militar, lo que logra alterar mis pensamientos. Dudo que le hayan dado un puesto en las fuerzas a este imbécil, más no sé como las robaría con su intelecto comparado al de un avestruz. 

—S-sí, yo nece-... —susurro, casi suspirando. 

—¿Tienes hambre? —interrumpe él, lo hace todo el tiempo y debo intentar no perder la paciencia. 

—Si, pe-...

—Te traje algo que quizás te guste. No sé si los príncipes holandeses comen pizza, pero de seguro te gustara. No hay nadie en el planeta al que no le guste.

—Escu-...

—Quizás quieras algo más.

—Sí, pero, señor, qui-...

—¿Tienes sed? Traje juego, no sabía si preferías la coca-cola o otra marca. No sé que tan capitalistas son los holandeses y si prueban estos productos.

—Óigame, por fa-...

—¿Acaso tienes frío? Lo supongo, hace un poco de frío aquí y quizá la ropa que te conseguí no es adecuada. Puede darte un resfriado, princesa.

—¡Quiero ir al baño, joder!

—Ah... Oh.

Se rasca la nuca nervioso y rie por lo bajo.

Ha llegado el punto en donde ya no sé cuanta vergüenza me dan este tipo de cosas.

—¿Primero o segundo? —pregunta tragando su risa.

—Pri-primero —tartamudeo, bajando la vista.

Siempre mantengo mis ojos en mis piernas, es más simple que mirarlo.

—Yo no se como hacer esto —dijo—. No puedo desatarte, Siem. Hoy no puedo hacerlo.

No entiendo el porqué, antes he estado desatado sin problemas. Supongo que no es algo normal, él esta loco y eso es claro, quizá solo son manifestaciones de su locura.

—Por favor, solo será un momento. De veras tengo que ir.

—Solo hay un modo, pero no te gustará.

Lo miro abriendo los ojos de par en par.

—Debo ayudarte con eso. —explica sin expresión.

Se coloca detrás de la silla, coge las sogas con fuerza y las desata de la silla, pero no de mis muñecas. Me coge del brazo y me ayuda a ponerme de pie, mis piernas no vienen funcionando con normalidad desde hace meses.

—Sin hacer ruido —ordena con seriedad.

¿Acaso hay alguien más en este lugar? Es tu oportunidad, Siem.

—Supongo que el pendejo esta acostumbrado a tener hasta papel de doble hoja —se burla con una maldita sonrisa—. Bueno, esto es lo mejor que tenemos.

Me obliga a entrar al baño y me conduce hasta el retrete.

—Lamentó esto. —dice bajando mis pantalones.

Baja mis pantalones y chillo de la sorpresa.

—¡Espere! —grito exaltado.

—¿Cómo quieres hacerlo, princesa? Con las manos atadas dudo que puedas, ¿o si puedes?

Niego con la cabeza.

—Pe-... —murmuro.

—¿Quieres hacerlo o no? No puedo estar aquí toda la puta vida.

Asiento con la cabeza.

Dmitry suelta un suspiro. Mientras baja mis boxers cierro los ojos, costumbre que tengo hace meses. Agacho la cabeza y siento su tacto sosteniendo mi pene. Me muerdo el labio, es la primera vez que él me toca allí. Soy su deposito de semen, no tengo derecho a sentir placer, más que el anal. Pocas veces me ha metido su polla en la boca, dice que de esa forma me libro de parte del dolor. 

—¿Puedes apresurarte? —pregunta—. No puedes echarte tres horas aquí.

—N-no me puedo concentrar. —admito avergonzado.

—Es sólo orinar, pendejo, no rendir un puto examen de álgebra.

Pero sobrevivir a ti es un juego de ajedrez. 

 

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El segundo infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora