Deber (Marin)

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Un pequeño drabble escrito con mucho cariño para Snorlitax, gracias por todo el cariño que le das a mis desvaríos literarios (XD) y por tus comentarios en cada uno que siempre logran sacarme una sonrisa.

P. S. El título no tiene mucho que ver con el fic, pero soy pésima con los títulos y más el de los drabbles.

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La noche se cernía sobre el Santuario y sobre sus muros y columnas, todavía se podía sentir ese aire de tristeza y melancolía que se había asentado en él tras la batalla de los doce templos y que no dejaba de estrujar el corazón de cada uno de los que habían quedado vivos o al menos esa era la sensación que tenía la santo de plata que deambulaba por las afueras del Santuario acompañada únicamente por las estrellas que titilaban en el cielo y sus pensamientos.

Marin de Águila, se preparaba para montar su guardia, caminó hacia la parte trasera del reloj de fuego, donde fue recibida por las lápidas que resguardaban el cuerpo o la memoria de los santos caídos. Avanzó con parsimonía por aquellas tumbas, sin que nada ni nadie más que el resonar de sus pasos rompiera con el silencio que la rodeaba. Revisó el área asegurándose que no hubiera nadie ajeno al Santuario, pero también que no hubiera ningún soldado, aunque todos sabían de su gusto por mantener aquel lugar vigilado en solitario.

Regresó sobre sus pasos y se detuvo ante una lápida, tan sencilla y sería tan sombría como las demás, sino fuera por el zarzal de rosas que crecían alrededor de ella. Apartó su máscara y sonrió con tristeza. Ni siquiera en la muerte sus fieles rosas le habían abandonado. Se inclinó y repasó con sus dedos el nombre grabado en el frío mármol.

—Ojalá no hubieras hecho lo que hiciste; ojalá yo hubiera tenido la opción de salvarte —apretó sus dedos sobre el nombre—, pero no, siempre fuiste fiel a tus ideales y yo a los míos, tal y como me enseñaste, aunque eso significara separarnos —continuó mientras permitía que las lágrimas corrieran por su rostro.

El que cada uno tomara su camino, no significaba que para la santo dejara de doler su muerte; no lo había intentado salvar, porque sabía que él se lo reprocharía.

—Lo que sentimos el uno por el otro —le había dicho antes de la llegada de Atenea al Santuario —no debe interferir en nuestra posición en esta guerra, tú escogiste tu bando, yo el mío y es una pena que las Moiras nos hayan puesto como enemigos. Te amo, Marin, eso no lo dudes nunca.

—También te amo, Afrodita —le susurró a la noche antes de levantarse, ponerse la máscara y volver a su guardia.

FIN

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¡GRACIAS POR LEER!

Afrodita De Piscis Donde viven las historias. Descúbrelo ahora