2. Tetris

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La luz del ordenador iluminaba los rostros de ambos muchachos, quienes observaban con los ojos muy abiertos, casi como hipnotizados. Los bloques de colores caían en la pantalla, Aaron tarareaba la cancioncilla pegadiza a la vez que el ordenador la emitía. Leon presionaba las teclas como desquiciado. Puntos, muchos puntos. Estaba cerca de romper el récord de Aaron. Tetris, decían las letras del fondo.

Aaron hundió la mano en el tazón con papas fritas. Ahora todo lo que se escuchaba en la habitación era la música del videojuego, las teclas y a Aaron masticando con la boca abierta. Leon se encorvó para estar más cerca de la pantalla. Por un segundo su mirada se dirigió al puntaje. Oh, estaba muy cerca de vencer el mejor puntaje de Aaron, que llevaba más de un mes y medio sin ser superado.

—No podrás superarlo, Leon. No tienes la habilidad.

Leon entrecerró los ojos. Más fuerza sobre las teclas.

—Ni siquiera Marylin puede.

El puntaje seguía subiendo.

—No podrás...

La sonrisa desapareció del rostro de Aaron, y Leon pudo notarlo a través del reflejo de la pantalla. Leon nunca podía decidir sobre qué era peor: Aaron con esa sonrisa o Aaron sin ella. Su rostro estaba brutalmente relajado, los labios resecos estaban entreabiertos. En ese estado, las ojeras de Aaron podían apreciarse en su totalidad, podía notarse como formaban una perfecta media luna debajo de sus párpados, e incluso escalaban sobre el rabillo. No eran oscuras totalmente, sólo como profundas sombras que se hacían notar y llamaban la atención. Y los ojos, estáticos, sin reflejo, como si los hubieran pintado con tinta...

Leon se decidió en un instante. Pateó el enchufe de la computadora en un sólo movimiento, y la pantalla se oscureció. Apartó las manos del teclado en acciones casi robóticas, y después las puso inocentemente sobre sus rodillas:

—Oh.. —murmuró.

Aaron se asomó debajo del escritorio, se encontró con el enchufe fuera de sitio y poco después se rió a carcajadas. La risa fue tan violenta y repentina que escupió los trozos de papas fritas. Echó la cabeza hacia atrás y siguió riendo, mientras Leon se le unía. Aaron hizo una pausa para recobrar el aliento y dijo:

—Cuando pienso que no puedes superarte, llegas con algo nuevo y me sorprendes.

—Fue tu culpa, me estabas poniendo de nervios. Literalmente te pusiste a masticar a un lado de mi oreja —rió mientras se ponía a dar medias vueltas en el asiento giratorio del escritorio.

—Excusas... —volvió a agacharse para conectar el ordenador—. Iré al baño, tú intenta batir mi récord otra vez.

Poco después, Leon se quedó solo con la fotografía de la estatua de la libertad como fondo de pantalla. Pasaba los dedos sobre las teclas, inseguro sobre si entrar a Tetris, pues patear el enchufe por segunda vez ya no sería opción. Entonces escuchó un par de pasos, asumió que era Aaron y por ello no se dio la vuelta. Pero en cambio, vio el reflejo de la hermana mayor de Aaron.

—Hola, Leon.

—Marilyn.

—¿Qué haces?

—Nada.

Frío silencio. Pasaron unos segundos y luego la mano cargada de anillos y brazaletes se interceptó entre el camino de Leon y la computadora. Marilyn manipuló el ratón, Leon se concentró en las pulseras cargadas de dijes y como resonaban con cada movimiento. Entonces una musiquilla a ocho bits comenzó a sonar en el ordenador.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó.

—¿Hacer qué?

—Poner música sin videojuego —Leon la miró.

¿La amas, Leon?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora