Ir a sentarse en el autobús había resultado un reto inicial, pero ya estaba acostumbrándose. Se sentó e intentó abrir una barrita de cereal, lo que sería su almuerzo. El empaque crujía, a la vez que la voz de Carol llegaba a sus oídos. No pudo evitar estremece, sentir un dolor agudizado en el pecho. Guardó la barrita para más tarde.
Y aunque Leon creyó que no iba a aparecerse, distinguió el cabello rubio en la acera, esperando el autobús. Luego lo vio subir las escaleras y sus miradas se conectaron.
-Leon -dijo Aaron a secas, sin pedir permiso apartó la mochila y tomó asiento.
-¿Qué le dijiste a Carol?
-¿De qué hablas?
Leon clavó la mirada al frente. Leyó la publicidad pegada a la pared, era algo sobre pintura para manualidades.
-Tú sabes bien de que hablo.
-No, yo no dije nada -ahora él abría un rectángulo de chocolate relleno de nueces y crema de cacahuate.
-Eres un idiota.
-Cuidado con lo que dices, Leon. No me provoques porque no estoy con ganas de soportarte.
Y Aaron le dio un mordisco al chocolate. Masticaba ruidosamente, con movimientos exagerados de la mandíbula.
-He tenido días de mierda últimamente, luego llegas tu a seguir molestando -la crema de cacahuate se pegaban a sus dientes, los trozos de nuez y chocolate se veían en todos lados de su boca. Aaron estaba comiendo con la boca abierta-. Y de todo modos, ¿qué te importa lo que piense esa estúpida chica de ti? Nunca ibas a hablarle, eres un cobarde.
-Repite eso. Lo último.
-¡Eres un cobarde!
Algunos trozos de chocolate y porquería acabaron en los pantalones de Leon. Sin apartar la mirada del cartel y la pintura, Leon dijo:
-Ve a lloriquear con la estúpida de tu hermana.
Hubo tal silencio entre ambos, que a pesar de que el ruido dentro del autobús seguía saturado, únicamente percibieron aquello: que ninguno emitió ninguna palabra. Leon agachó la mirada, su mano temblaba. Imprecisamente, dirigió la punta de los dedos a un asqueroso trozo de nuez en su camisa, y con un golpecito lo apartó. Pasó tanto tiempo así que Leon creyó que por primera vez desde que lo conocía, lo había herido de verdad, que de alguna forma esta vez él ganaba.
-Leon Sawyer, el tipo que está tan obsesionado con Carol que todo en lo que piensa es en verla sobre una mesa de billar. Es un pervertido, en cualquier día podría lanzarse a levantarle la falda. La mira. Mucho. Todo el tiempo. Por su mirada hasta da asco. Deberías de decirle a Carol que se aleje antes de que haga algo, incluso yo pensaría en acusarlo. Me habla de ella. Y no dice cosas bonitas -habló un tono tan específico que recordaba a un alumno recitando un ensayo que había leído en voz alta un centenar de veces. Era un tono tan específico que por un segundo Leon tuvo la sensación de que no estaba hablando con él, sino con...
Soltó algo similar a una bocanada de aire. ¿Cómo es que Aaron podía convertir cualquier cosa en una cuchilla para cortarte? Y lo peor es que parecía capaz de cortarte tan profundo como quisiera, como si estuvieras completamente indefenso, como si todo dependiera de él. ¿Por qué Leon era amigo de Aaron? Temía estar solo. Estar solo era insoportable. Pero Aaron...
Aaron. Estaba. Quizás. Estaba demente.
¿Por qué no lo estaría?
¿Has escuchado lo que ha estado diciendo?
-¿Cuál es tu punto? -dijo Leon.
Aaron se recargo en el asiento, su expresión seguía absurdamente relajada. Llevaba buen tiempo sin sonreír. Y eso era más aterrador, casi como si las cosas ya no fueran juegos y bromas pesadas, sino que ahora fueran tácticas meditadas por horas, como si de verdad quisiera llegar a algún lado. Aaron guardó la media barra de chocolate que quedaba, enrolló la envoltura y aplastó todo, después la dejó caer al suelo sin más.
-Tendrás que mantenerte lejos de Carol.
-¿Cuál es tu punto?
-Aunque lo hubiera, ¿qué harías al respecto?
El resto del viaje continuó en pesado silencio. E inexplicamente, Leon permaneció así, de un lado a otro, con Aaron. Almorzaron en esa pared de la cafetería, estuvieron en asientos cercanos en casi todas las clases, pero no se dijeron nada. Nunca, ni por accidente. Era como una segunda guerra fría, o lo que fuera. Mientras Aaron desmotraba su clásica indiferencia, Leon estaba alerta de cualquier cosa que pudiera suceder. No captó ninguna palabra de ninguna asignatura, pero siempre estuvo a la espera de algo..., algo que nunca ocurrió en todo el día. Cuando menos lo supo, caminaba sobre la acera en dirección a su propia casa. Estaba aturdido, como si se hubiese perdido en un basto océano, y los faros que siempre lo habían guiado estuvieran fundidos.
Para cuando llegó a la puerta de la casa, Leon seguía perdido. Creyó que dejaría de estarlo cuando viera a su madre. Y sin embargo, a pesar de que ella lo recibió con un abrazo, un beso en la mejilla y disculpas por haberlo dejado solo, Leon siguió ahogándose en el mar de desastres de la vida.
Se sentaron a ver la televisión, lado a lado, en el sofá. Es increíble como un par de secretos y palabras nunca dichas podían formar un barranco entre él y su madre. Ese barranco había crecido demasiado en un par de días, de una manera tan profunda que ahora Leon no podía sentir que su madre era su misma madre de toda la infancia, de hace apenas dos semanas.
Mientras miraban un programa de teleconcurso, Leon se preguntaba: ¿Debería contarle lo del jaspe? ¿O mínimo lo de Aaron? Negó con la cabeza para sí. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuál era el punto? Ya nada tenía punto en aquel mundillo, ni siquiera sentarse en la escalera de la entrada a sentir la brisa tenía sentido.
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¿La amas, Leon?
Short StoryEs la historia de la silenciosa pero rápida muerte psicológica de Leon Sawyer, un muchacho de catorce años que atraviesa una violenta crisis en su vida social, familiar y personal. A mitad de esta crisis, aparece Marilyn, una extravagante chica quie...