Martes. Sentado en su cama, con las rodillas pegadas al techo y la cortinilla de cabello picando sus ojos, Leon pensaba. Pero no podía pensar muy bien con el estómago tan vacío. El telescopio, armado y apuntado a la ventana del cuarto, daba la sensación de ser un enorme letrero que le decía "idiota, estorbas. Idiota, ¿qué haces aquí? Idiota.".
Sacudió la cabeza con violencia, espera, ¿cuando su madre había mostrado que lo consideraba un estorbo y que prefería que estuviera lejos? Nunca. Nunca lo había hecho. Bien, no hay que apresurarnos, no hay que apresurarnos. Pero como siempre, los pensamientos intrusivos acechaban en su cabeza como martillazos, y le decían que era un estorbo. Se dejó caer de espaldas, se retorció en la gruesa colcha y luego se cubrió la cara con la misma. Cállate ahora. Cállate ya. Leon sabía que su cabeza era quien agravaba el asunto más de lo debido, y el hecho de saberlo, también le atormentaba más y más. Era como hundirse, intentar nadar y sin embargo, seguir hundiéndose casi irremediablemente.
Tenía que salir de ahí. No podía seguir con el telescopio en la misma habitación, ni podía seguir escuchando a su madre hablar por teléfono. Se levantó, salió velozmente hasta la puerta principal, y al abrirla, su madre se retiró un poco el teléfono para decir:
—¿A dónde vas?
—Aaron. Con Aaron.
—¿Y no te pondrás zapatos?
Leon notó en ese preciso instante que andaba en calcetines.
Acostado en el suelo, latas de cerveza estorbando la vista de la televisión, Aaron y Leon miraban un programa sobre cazafantasmas o una mierda de ese estilo. Leon no podía concentrarse porque Aaron nunca se concetraba y siempre terminaba diciendo comentarios al azar que distraían. Sencillamente, no podía ver la televisión por quince minutos seguidos con Aaron a un lado. Aaron parloteaba de esto y aquello, jugaba con una pelusa del suelo. Leon estaba con los brazos detrás de la cabeza...
—Te ves mal —dijo Aaron de la nada.
—¿Cómo mal?
—Más idiota de lo usual.
—Cierra la boca —Leon estiró el brazo y le dio un golpe en el hombro sin ganas.
—¿Es todo lo que puedes golpear?
Leon guardó silencio. Miró a Aaron, con una severa expresión de fastidio, cansancio y algo así como súplica para que se callara y viera la tele.
—Así se golpea.
Y sin darle tiempo de prepararse, Aaron le había golpeado el hombro. Leon se dio la vuelta para darle la espalda. Parecía desmedida la cantidad de fuerza que Aaron tenía para tratarse de su altura (notablemente menor a Leon), aunque era de esperarse, tomando en cuenta las cicatrices de sus nudillos.
Aaron soltó algo como una risa, luego se puso encima de Leon, con un brazo de cada lado. Sonreía.
—¿Estás llorando?
—Apártate.
Y Aaron tenía una vista perfecta del perfil del Leon, de la cortinilla de cabello cubriendo parte del rostro y los labios fruncidos por dolor.
—Golpéame de vuelta —dijo Aaron.
—¿Para qué?
—Es lo que hacen los hombres, idiota.
Leon intentó mirar de reojo, pero todo lo que veía era cabellos castaños.
—¡Sólo estás buscando una excusa para golpearme de nuevo! Apártate, ahora. Ahora mismo.
—No.
Entonces Leon se levantó abruptamente, le dio un empujón y se apresuró a irse.
—¡Hey! ¿A dónde vas?
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¿La amas, Leon?
Short StoryEs la historia de la silenciosa pero rápida muerte psicológica de Leon Sawyer, un muchacho de catorce años que atraviesa una violenta crisis en su vida social, familiar y personal. A mitad de esta crisis, aparece Marilyn, una extravagante chica quie...