1. Lince ibérico

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El autobús apestaba a verano, a pubertos y a almuerzos abiertos antes de tiempo

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El autobús apestaba a verano, a pubertos y a almuerzos abiertos antes de tiempo. Ahí había estudiantes de todo tipo; de educación básica, media e incluso estudiantes que todavía tenían que elegir el transporte público para llegar a la facultad. Los cuerpos chocaban unos contra otros, las mochilas resonaban. Las voces infantiles se unían a las charlas histéricas de los pubertos, y a su vez estas se unían a los repasos entre dientes de los jóvenes.

En el penúltimo asiento, Leon tenía el cabello pegado a la frente por el sudor. Entrecerraba los ojos, los volvía a abrir. Su mochila azulada descansaba en el asiento de al lado, y a pesar de que algunos muchachos observaban ese asiento desperdiciado con anhelo, este ya estaba reservado. Siempre lo había estado, desde el inicio del año escolar.

—Taured dejó de formar parte de Inglaterra en 1678, debido a que los españoles tomaron posesión del territorio... —repasaba el niño delante de Leon.

—Renté el casete, ¿quieres ir a ver la película..? —decía uno de los que estaban de pie y sujetos de las bandarillas.

—¡Esa goma de mascar del techo! ¿Cómo llegó ahí?

Leon parpadeó. Apoyó su frente contra la ventanilla. Su expresión delataba que quería golpearse contra la misma hasta perder el conocimiento. Mejillas rojas, manchas húmedas debajo de las axilas. Y eso que era de mañana. Tomó aire. Grave error, arrugó la nariz.

Una vocecilla, una dulce y afeminada voz sobresalió de entre todas, pero sólo para Leon. Levantó la mirada y buscó entre toda la gente. Distinguió el cabello castaño claro, como la avellana, rizado pelo recogido en una trenza, era ella. Ella no estaba en otro autobús, estaba ahí, en el mismo.

Leon la miró. Ella estaba en uno de los asientos delanteros, sus palabras se perdían entre tanto escándalo, pero no su voz. Leon veía esa nariz curvada de perfil, los labios rosados, piel blanca como la crema, pequeñas orejas y los curiosos mechones detrás de las mismas. Los ojos. Leon amaba esos ojos claros, brillantes y que de alguna forma no proyectaban ninguna clase de maldad, ni de odio. Ella charlaba con una de sus amigas. Y ahora estaba riéndose. Que linda sonrisa. Leon sabía que había una pequeña separación entre sus dos dientes delanteros, pero de todas formas, que linda sonrisa tenía ella.

El autobús frenó en seco. Leon se inclinó abruptamente hacia delante, al igual que el resto de estudiantes.

—¡Tenga cuidado, idiota! —gritó una de las estudiantes de dieciocho años, mayor que Leon.

—¡Dejen de quejarse allá atrás! Malditos jóvenes de hoy en día, ¿qué será de este país con ustedes al mando? —chilló el conductor.

Varios nuevos muchachos subían al abarrotado autobús estudiantil. Entre ellos, estaba Aaron, un chico de catorce, llamativo por su peculiar cabello rubio, pálido como la mazorca de maíz. Aaron se abrió paso entre el pasillo y finalmente apartó la mochila azulada de Leon, para tomar su lugar.

¿La amas, Leon?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora