No me quiere

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Había acordado encontrarme con Stan para ir juntos a la escuela, últimamente no nos veíamos tan a menudo, nos veíamos o en la clase o en las horas de almuerzo donde él y los chicos charlaban, mientras yo intentaba (como podía) seguirles la conversación.

Quedamos en encontrarnos en una esquina frente a una de las plazas del barrio. Esa mañana estaba particularmente helada y yo, en mi despiste, me olvidé de traer los guantes, por lo que, para intentar transferirles algo de calor a mis manos, las frotaba entre sí mientras exhalaba sobre ellas.

Llevaba quince minutos esperando a mi amigo y este aún no llegaba, a este paso, iba a terminar por congelarme.

Cuando estaba apunto de coger mi teléfono para llamarle sentí cómo una mano se posó sobre mi hombro.

—Hasta que te dignas a aparecer —dije a mi mejor amigo, mirándolo con el ceño ligeramente fruncido. Me sorprendí al notar lo roja que estaba su cara y lo agitada que estaba su respiración.

—Kyle... —habló con dificultad, en lo que intentaba recuperar el aliento—, disculpa por llegar tarde, creo que anoche puse mal el despertador

—Podrías haberme enviado un mensaje y ya

—Lo sé, perdón, no me dio el tiempo, me vestí lo más rápido que pude y vine corriendo hasta acá

—Está bien, está bien —le golpeé el pecho con suavidad, dedicándole una leve sonrisa—. Ya vámonos, que se nos hará tarde

Giré sobre mis talones para comenzar a caminar rumbo a nuestra institución. Habría seguido avanzando de no ser porque Stan me cogió del brazo, impidiéndomelo.

—Espera —me dijo y yo en respuesta levanté una de mis cejas, esperando a que continuase—, tus manos están rojas

Bajé la mirada y pude comprobar que, efectivamente, mis manos se habían tornado de un tono algo rojizo producto del frío que hacía, caí en cuenta de que ni siquiera las sentía, se me habían entumecido por completo.

—Es mi culpa —soltó con un suspiro golpeándose la frente con su mano—. Te dejé esperando aquí con todo este frío

—No importa Stan

—Claro que importa —dijo con seriedad.

Sin darme tiempo a rechistar, Stan se quitó los guantes que llevaba puestos y cogió mis manos, colocando las prendas con suma delicadeza en ellas. Desvíe la mirada, sintiéndome avergonzado por alguna extraña razón.

—No era necesario —musité por lo bajo, mientras se me subía la sangre a las mejillas.

—Lo es, siempre has sido muy friolento y enfermizo —me miró con una sonrisa.

Stan me conocía demasiado bien.

—Ahora sí démonos prisa, tenemos la mitad de tiempo para llegar

Yo asentí y ambos empezamos a caminar.

Yo asentí y ambos empezamos a caminar

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Pétalos ➳ CryleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora