Singapur

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—A veces. Solo necesitamos dejar ir a lo que no nos compete. No controlamos las desiciones de las personas.

—¿Por qué hablas de eso Jamie? —dije susurrando.

—Cállate un segundo —reclamó escondiendo el teléfono en su hombro.

—Ash.

La casa estaba muy tranquila. La temporada había terminado hace dos semanas. Y faltaban otros cuantos para que empezara de nuevo.

Buen momento para ponerme al día con las personas.

Me levante del sofá y fui a buscar mi teléfono. Quería saber de Atenea, hace tiempo no hablo mucho con ella.

Busque su número, y ahí estaba, mi diosa del Olimpo. Marque su numero mientras veía un adorno rosa en su habitación.

—Hola tonto.

—¡Atenea! ¿Estás ocupada?

—Si. Bueno, algo así. ¿Por qué?

—Quería hablar contigo un rato y platicarte de un viaje que quiero hacer.

—¿Viaje? Espérame en casa en diez minutos.

—Ja. Aquí estaré.

Colgué la llamada y vi a Jamie salir de la casa a toda velocidad. Así que de nuevo era solo yo.

Quería hacer un viaje a algún país con Atenea, y enseñarle lo poco que conozco de cada uno de los veintitrés países que visito cada fin de semana. Especialmente uno, debajo de la Asia Oriental.

En poco tiempo. Atenea estaba tocando el timbre. Así que me apresure a abrir la puerta.

—Hol... —empecé.

Ella se apresuró a abrazar mi cuello. Rebajándome a su altura de golpe. Casi pierdo el equilibrio. Acto seguido, beso mi mejilla.

—¡Hola! —espetó.

—Hola Atenea. Ven, rápido.

Dejo su bolso en la mesa de la cocina y me siguió a mi habitación. Donde yo estaba abriendo mi laptop. Tenía su regalo de cumpleaños listo, o más o menos listo.

—Atenea.

—Tarado.

—¿Recuerdas cuando dijiste que me querías acompañar a un Gran Premio?

—Creo recordarlo...

—Genial. Y aunque no iremos a un fin de semana de carrera, si iremos a la ciudad donde cada mitad de septiembre corre mi categoría.

—¿Y eso es en...?

—Singapur.

Casi como si le hubiera confesado que tenía un viaje a la Luna, se levantó enseguida y me envolvió en un abrazo.

Me tomo por desprevenido y caí a mi cama. Con ella encima abrazando fuertemente.

—Wyatt. Eres increíble. Eres tan... perfecto. Maldita sea. ¿Qué hice para merecerte?

Solo podía contestar con una risa suave, estaba alegre porque ella estuviera entusiasmada.

Viajaba allí cada año, pero no me quedaba lo suficiente para hacer un tour por la ciudad. En cambio ahora, si lo tenía.

Y después de decirles a los demás los planes, hubo una mala cara entre mis amigos. Sofía no se veía muy feliz con la noticia.

Después de la euforia y de que todos se fueran, decidí tomar de la mano a Sofía para sentarla en el sofá. Algo no la había convencido.

Te Quiero MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora