Fisuras del Anochecer

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—¿Y aun lo sigues negando? —susurro Atenea quitando lentamente sus labios de los míos.

—Esto...

—¿Qué dirás ahora? ¿Las mil y un razones por las que esto fue un error? Porqué créeme que ya las tengo todas contadas.

—Atenea...

—Mírame a los ojos y dime que no fue el mejor beso de tu vida.

Mentir se me daba como el asco.

—Eso no importa. Mierda. ¿Qué diablos ocurre contigo? ¿Qué necesidad tenías de joder esto? —reclamé intentando tomar la cuerda.

—Ven.

—¿Que?

—Que vengas.

—¿Ahora me darás otro beso y fingirás que esto no ha pasado?

Ella negó con la cabeza. Me miró suavemente. Tomo mi mejilla y me rodeo con su brazos por todo mi cuello. ¿Me estaba abrazando?

Podía ser casi tan raro como un cumplido de Jamie.

—¿Puedes quedarte conmigo esta noche?

—¿Si sabes que solo hay una cama de cualquier modo verdad?

—Habló en serio. Te quiero conmigo.

Acto seguido. Me tiro hacia atrás con su manos que aún seguían en mi cuello. Acomodándome sobre ella en la cama.

—¿Estas bien? —pregunté más gentilmente.

Atenea, ahora en algunas lágrimas, solo podía reprimir su tristeza mientras me miraba a los ojos con impotencia.

—Si te digo algo, ¿te burlas de mi? —preguntó acariciando con dedo mi mandíbula.

—Solo si es gracioso —respondí.

Nubló los ojos, divertida.

—Creo que estoy enamorada de ti.

—At... —me interrumpió, deteniendo mi frase con su dedo entre mi boca.

—No digas nada. No quiero saberlo. Te quiero a ti solamente. No lo arruines.

No fui capaz de decir nada más. Me dejo en blanco.

Ella solo se acurrucó en mi pecho, rodeada de uno de mis brazos. Que ahora sentía su latido palpitando lentamente.

Podía oler su perfume profundamente. Ni siquiera el alcohol de mi camisa podía competir con su aroma.

Y a la fisura del anochecer, Atenea había quedado dormida sobre mi. Mi Diosa del Olimpo ahora no tenía un ejército para defenderla.

Se sentía raro. Esa cabeza y esas manos nunca las había sentido así de cerca. Solo podía admirar ligeramente la lámpara tenue y poderosa que alumbraba centímetros de la habitación.

Tenía sueño y, sobre todo, una novia con la que tendría una plática que no iba a disfrutar.

***

—¿Estas despierta? —susurre a Sofía.

Apenas había llegado del viaje. Atenea subía cuidadosamente las escaleras mientras tanto.

—¿Quien eres? —murmuró flojamente Sofy.

Tomo mi mejilla con una mano y rápidamente pasó su otra mano hacia mi brazo. Había descubierto quien era.

Abrió sus ojos con alegría y se lanzó a abrazarme, plantándome un beso en la boca que me quitó el aliento.

—Te extrañe tonto —dijo Sofia, quitando levemente sus labios— otro día más y me volvería loca.

Te Quiero MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora