Once

103 12 2
                                    

La siguiente semana fue como revivir una de las mejores épocas de su vida. Grimmauld Place permanecía alegre y ruidosa con la gente que iba y venía. Los efectos negativos de la casa le habían costado algún que otro susto, cuando se despertaba temblando engullido por las sombras que se movían alrededor de su cama y Remus acudía a despertarlo. Odiaba que Severus no pudiera quedarse por si Dumbledore aparecía de pronto o irse con él por si le rastreaba hasta su escondite. También le había costado algunos breves enfados con Severus cuando los hechizos se colaban en ellos creando una visión real de sus peores miedos.

Su relación con Ginny se transformó en una agradable amistad, incluso Severus se entendía a las maravillas con ella. Pero para su sorpresa pasaba más tiempo con Remus, Tonks, Hermione y Luna. Sin contar a Harry que no le importaba tomarle de la mano, darle un beso en la mejilla en público o dedicarle unas palabras cariñosas delante de todos. Sin en cambio, Severus aprendió a disfrutar de esos momentos con Harry.

En algunas ocasiones Severus se excusaba para escapar al piso de arriba repriendo sus oleadas de dolor. El color de su piel cambió en todo su cuerpo y Harry lo percibió una vez que se tumbaron en la cama, abrazados, mientras Molly y los demás iban de arriba abajo por la cocina. Las pociones ayudaban, pero no curaban. En la soledad de la cabaña comenzó a elaborar pociones más agresivas.

Cuando regresó a la casa que echaba de menos por ser el hogar que formó junto a Harry encontró a Luna sentada en el sofá de la sala mirando a un punto invisible solo revelado a ella.

—Hola, señorita Lovegood.

—Hola, profesor Snape —contestó con voz suave—. ¿Cómo se encuentra hoy? ¿Mejor de la ingestión por la última poción?

Severus frunció el ceño sin entender que ella supiera sobre algo que guardaba con esmero. Ella le observó con una débil sonrisa.

—Los muggles creen que las piedras de nácar solo tienen funciones positivas respecto a la suerte, pero se equivocan. Es la piedra de la intuición y la mente. —Señaló el colgante que prendía de su cuello—. Mi madre poseía las más valiosas. Pienso que Harry debería saber lo que le ocurre, profesor.

—No me ocurre nada. —Luna se puso en pie andando sin titubeos en su dirección.

—El dolor de Harry le hace fuerte.

—¿Qué? —cuestionó indignado porque alguien creyera que el sufrimiento de Harry era su fortaleza.

—No en ese sentido, sino el causado a través de la magia tenebrosa. Él siente el dolor y usted lo absorbe. Crece mágicamente y se acelera los efectos en usted.

—¿Cómo sabes todo eso, Lovegood? —Miró a la chica con una ceja alzada.

—Mi padre sabe mucho de estos temas. Podría servir de utilidad en la Orden.

—¿Qué debería hacer según tu padre? —cuestionó con cierta curiosidad, pero fingiendo que no la sentía.

—Creo que consiste en una versión de lo que contó Dumbledore.

—¿De qué Harry debe matarme?

—Sí, pero sin llegar a hacerlo. Simplemente lanzando la maldición imperdonable en unos de los ataques que a usted le hacen más poderoso.

—¿Cómo haría tal cosa? ¿Sufrir un ataque y lanzar la maldición?

—Alguien podría tomar el lugar de Harry con la responsabilidad de aceptar y asegurarse de hacerlo en el momento adecuado.

—Si no moriré por la maldición en lugar de acabar con esa magia oscura que hay en mí. —Luna asintió encantada porque el profesor lo hubiera entendido sin problemas—. ¿Quién querría asumir el papel de Harry?

El regreso del invierno y sus Tinieblas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora