Nueve

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El mar le meció en una cuna de mansas y templadas aguas. Lentamente comenzó una caída en picado que le obligó a abrir los ojos con un grito.

—Ya le advertí que no sería la mejor manera —afirmó Remus de brazos cruzados ante el sofá donde Harry se incorporó con lentitud, confundido.

Al moverse el olor a incienso y jengibre llenó las fosas nasales del hombre reconociendo el aroma de Severus sin problema.

—¿Y Severus?

—En el mismo lugar donde le hayas dejado —comentó Dumbledore con cierta indiferencia—. Solo te he invocado a ti.

—¿Qué hora es?

—Cerca de las nueve. Me decepciona que hayas dejado tan de lado los estudios, muchacho.

—Siempre han existido cosas más principales que mis estudios. —Dumbledore empezó a pasearse frente a él como si fuera a darle un sermón.

—Mientras tú pasabas más de dieciocho horas con Severus, Remus y yo hemos estado trabajando. Hemos dado con la señal que emite la varita de Saúco y parece que existe una magia que no la deja ser invocada por su dueño. Como la pecera que dices protegía a Nagini.

—Severus no la tiene —saltó indignidado al comprender la indirecta en sus palabras.

—No le he acusado, Harry, ni siquiera me has permitido explicar dónde se percibe su señal.

—¿Dónde?

—En Hogwarts.

—¿Dentro del colegio? —inquirió extrañado.

—Sí.

—¿Cuál es su plan?

—Iremos los tres a Hogwarts cuando los alumnos se hayan retirado a sus salas comunes. Entonces intentaré guiarme hacia ella. Sé que se encuentra en el castillo, pero desconozco la ubicación exacta.

—¿Para qué me necesita a mí? —preguntó dándose cuenta de lo poco que interactuaba Remus con ellos, como si conociera los planes del director y no los compartiera del todo.

—Cuando la haya encontrado haré venir a Severus al bosque prohibido. Una vez ahí deberás empuñar la varita.

—Ni hablar. No lo haré.

—Puedo hacerlo yo, Harry, con la única diferencia de que con mi ataque sufrirá mucho más.

—¿Trata de hacer ver lo benévolo que es al querer que le mate yo? ¿Usted ve lo que está haciendo? Severus confía en usted. Se enfrentó y engañó a Voldemort por mantenerle con vida, se ganó el odio injustificado de todos. Incluso la profesora McGonagall le odió tanto como para dejarlo morir en el bosque. Y ahora usted no busca una solución más que destruirlo con la varita.

—No hay otra solución —afirmó con calma.

—Sí, ayudarle.

—Harry, no lo hagas —advirtió cuando el chico se dirigió a las escaleras—. Si vuelves con él me veré obligado a detenerte.

—Atrévase —dijo mirando por encima de su hombro subiendo las escaleras—, ya no es el hombre al que admiraba y en el que confiaba.

—Basta, muchacho.

Harry se paralizó notando un calambre que ascendía por sus piernas. Intentó dar un paso en vano, pero sólo lograba sentir más dolor.

—¿Ahora que no soy esencial para usted se permite torturarme? —cuestionó entre dientes.

—Claro que no. Si fuera una tortura por mi parte estarías gritando.

—Es lo más arrogante que le he oído decir en la vida.

El regreso del invierno y sus Tinieblas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora