Quisiera que el tiempo, desgarre sus vestiduras ante nosotros amándonos.
Que sienta en sus vientos, nuestros segundos acelerados.
Que escuche las tormentas que hemos atravesado, juntos y separados.
Que sea testigo omnipresente, de las veces que nos sacudimos el polvo,
y volvimos a andar algo menos pesados.
Que sea consciente de las marcas y surcos.
Que por delicadeza, soporte y tolerancia se van borrando,
lavadas por las lágrimas que hemos ido derramando.
Que sienta lo que implicó, lo que hemos compartido,
lo que ha sido el aprendizaje contigo.
Más que recuerdos en un baúl, que uno decide,
como y cuando destaparlo, dejando que aquello siga lacerando.
Que no siempre los recuerdos son cálidos,
porque compartir el tiempo con la vida de otro,
es casi igual que con el mundo, con ilusiones y desencantos.
Es que uno espera lo que a veces no llega.
Y solo es culpa nuestra,
o de esas expectativas que uno se inventa.
Una sagrada convivencia, voluntaria y deseada.
Tan hermosa, pero caerá sobre nosotros como rayos y centellas.
Convivencia, que muchas veces quebrara nuestras ramas,
pero con suerte, empatía y paciencia,
lo cíclico nos enseñará a sanarnos el uno al otro.
Que se desgarre las vestiduras ante nuestros descubrimientos.
Porque eso es nuestro tránsito juntos,
puro encuentro.
Con el segundo que sigue, con la inseguridad que pesa.
Como arena aparentando siempre el mismo color,
pero en constante movimiento, colándose entre nuestras manos.
Dejamos de tolerar y volvemos a hacerlo.
Es que muchas veces la ola nos arrastra impetuosamente.
Sí, nos levantamos.
pero toma su tiempo acomodarse nuevamente.
Solos o acompañados.
Sigue siendo duro el tiempo que arrastramos.
Y como ningún segundo es igual al anterior,
no sabemos que trae el que sigue.
Así vivimos,
en la incertidumbre climática de nuestras propias emociones.
Exigiendo saber si estarás mañana.
Cuando aún no sé,
si alguna parte de mí seguirá aquí.
Enalteciendo los recuerdos que obligados a salir,
aplastando las bondades de los aprendizajes.
Y finalmente, rindiéndose a las negatividades,
que más de una vez nos dejan heridas.
Ardidos en errores como piedra al sol, quemamos buenos momentos;
para rendirnos al dolor, de los recuerdos desenterrados.
Dolor que no razona,
ni entiende de suerte, fortaleza o humores.
Y solo nos repite una y otra vez lo que tanto conocemos,
no somos eternos, nunca lo seremos.
Nos sacudiremos, crecemos ante las inclemencias.
Quizá daremos fruto, quizá no.
Compartiendo o no.
Cada uno al baúl del otro, algo ha agregado.
Dejamos los malos momentos de lado.
Olvidamos que otros baúles ya hemos cerrado.
Quizá sea el primero, o los anteriores se hayan desdibujado.
Como en una fotografía, los rostros se van desencantando.
Pero algunos bullicios, perfumes y colores siempre quedarán flotando.
Presentes, dentro del inconsciente aletargado.
El tiempo me ha enseñado.
Seré yo, quien decida qué dolor hará de mí hoy,
un ser atormentado.
Algún día cariño,
tú, yo y todo lo demás quedaremos en el baúl cerrado.
Pero uno, el tiempo del otro ya habrá marcado,
Hoy, sin eternidad,
tal vez para siempre en mi baúl ya te he guardado.
S.F.Milá
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Mentes ansiosas
Non-FictionDurante los procesos creativos, y los de la vida en general surgen emociones demandantes, controlables e incontrolables. Nuestra mente nos transforma, nos desintegra y nos integra. Son tantas las cosas que nos suceden, mientras avanzamos Sobre los l...