6 | Pequeño inconveniente

481 35 5
                                    

Estamos todos reunidos en la planta baja, preparando las ultimas provisiones y en espera de una sola persona; Vanesa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estamos todos reunidos en la planta baja, preparando las ultimas provisiones y en espera de una sola persona; Vanesa.

Trato de no pensar mucho en la noche anterior, en la forma en la que su llanto atravesó las paredes de su habitación, y en como Sebastián volvió a la nuestra media hora después, con los ojos tan hinchados.

Mi madre me contó un poco de la historia de ellos tiempo atrás, y no está en mí opinar al respecto, pero solo sé que lo que vivieron no debe de ser nada fácil de enfrentar.

Pasan unos minutos más cuando Sergio suspira. Empieza a sospechar que su hija no va a bajar. Pero entonces ocurre. Vanesa aparece, bajando las escaleras a paso lento.

Reparo primero en que no lleva ninguna mochila de provisiones, y luego en lo que más llama mi atención; el enorme buzo de color azul que lleva puesto.

Esta chabona se va a derretir en cuanto ponga un pie fuera de la casa. Los demás parecen notar lo mismo, pero nadie menciona nada, pues por lo que veo ya es un milagro que tan solo haya decidido acompañarnos.

Su padre sonríe.        

—Ahora sí, estamos completos y ya podemos marcharnos.

Él y mi madre toman la delantera para salir de la casa, luego los sigue Sebastián, quien primero le lanza una rápida mirada compasiva a su hermana. Por mi parte espero a que ella vaya primero.

Pasa a mi lado con la mirada agachada, pero aun así alcanzo a verle las enormes ojeras.

—¿Estás bien?

No se molesta en mirarme cuando responde:

—Sí.

No agrega nada más, pero me es suficiente.

Nunca me he considerado una persona aventurera

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Nunca me he considerado una persona aventurera. De hecho, lo mío no es en definitiva la naturaleza, ni mucho menos el sol. ¿Pero qué más da, loco? A nadie le viene mal de vez en cuando una dosis de cosas que no solemos hacer.

Ojalá pudiese decir lo mismo de la pobre Vanesa. La chabona va detrás de todos, a penas y mueve los pies. Desde aquí puedo ver que odia más que yo este entorno.

—Tendrás que quitarte la sudadera tarde o temprano si es que quieres llegar viva hasta la cascada —le dice Sebastián, quien camina a mi lado con mucha agilidad.

—Prefiero no llegar viva a ningún lado.

Aquello me hace carcajearme, pero entonces Sebas me lanza una mirada amenazante y me callo al instante.

—No soporto cuando se pone así de terca —me dice.

—Vos relájate, estoy seguro de que no aguantará otro kilometro así. Se quitará la sudadera tarde o temprano.

Me arrepiento de mis palabras tan pronto se escucha un fuerte golpe detrás nuestro. Nos giramos al mismo tiempo para encontrarnos con una Vanesa que ha caído de rodillas sobre la tierra.

Su hermano corre en su dirección.

—¡Te lo dije, maldita sea!

A continuación alguien pasa a mi lado con prisa; mi madre. Esta no duda ni un instante antes de inclinarse frente a la castaña, y le pisa una mano en la frente.

—Cielo, te está dando un golpe de calor. Tienes que quitarte el buzo —Se descuelga la mochila y hurga en esta hasta que saca una botella de agua—. Bebe un poco.

Le ofrece la botella, y por un instante temo que Vanesa no la acepte. De hecho, temo que vaya a ser grosera con mi madre. Pero entonces esta suspira y le acepta la botella.

Yo también suspiro. Todos lo hacemos.

Se bebe más de la mitad y luego se la devuelve a mi madre, susurrándole un gracias.

—Caminaremos más despacio ¿de acuerdo? —agrega mi madre antes de volver con Sergio.

Las miradas de estos dos se cruzan y me percato del asentimiento de cabeza que Sergio le dedica a modo de agradecimiento.

Sebastián ayuda a su hermana a ponerse nuevamente de pie, y luego ella hace lo que debió hacer desde un principio; quitarse el buzo, y quedándose con una polera corta.

Para cuando volvemos a echarnos a andar yo decido caminar a su paso, a lo que ella pone los ojos en blanco.

—No necesito que vayas cuidándome.

—No pensaba hacerlo —Encojo los hombros—. Soy tan malo como tú caminando por la vida silvestre. Que no te sorprenda si de pronto me caigo en un pozo, ¡o qué sé yo!

Ella bufa.

—Realmente dudo que no seas capaz de ver un pozo.

—No creas, soy muy despistado.

En ese instante voy tan atento a ella que no me fijo en la enorme raíz de un árbol que cruza de lado a lado el camino de tierra por el que vamos caminando, de modo que termino tropezándome.

—¿¡Lo ves!?

Ella se echa a reír con fuerzas. No me importa que sea debido a mi torpeza, pues es la primera vez que escucho ese sonido tan fuera de lo común, tan contagioso que me es imposible no terminar riendo junto a ella.

Y es hasta que los dos recuperamos la compostura cuando me percato de que los demás nos están mirando con cierto asombro. No, a ella, justo como si nadie se esperara verla así.


Capítulo del jueves, espero les guste.

NUESTROS MIEDOS | IVÁN BUHAJERUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora