43 | No hay prisa

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No tengo idea de cuánto tiempo ha transcurrido desde que comenzó la ceremonia, pero lo que sí sé es que mi corazón no ha parado de latir apresurado

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No tengo idea de cuánto tiempo ha transcurrido desde que comenzó la ceremonia, pero lo que sí sé es que mi corazón no ha parado de latir apresurado. Juraría que pude sentir como este se quedó a nada de salirse de mi pecho en el momento en el que Nesa y yo hicimos contacto visual.

Carajo, se veía espectacular. Tan preciosa como la recordaba, pero con un brillo nuevo, uno que no le había visto el verano pasado.

Y ahora, sentado allí, todo parece tan irreal. Ella, la ceremonia, ella... Me cuesta creer que allí estamos de nuevo, a tan solo una banca de distancia. Y a pesar de ello, soy incapaz de mirar en su dirección.

Carajo, y yo que a penas y tuve tiempo de estar listo. Definitivamente no recomiendo cambiarse dentro de un baño público. Seguro que me veo terrible.

—Se ve guapa, ¿o no, primo? —suelta Lola en voz baja. Está sentada a mi lado, balanceando sus cortos pies que quedan en el aire de adelante hacia atrás.

—¿Mi madre? Pues claro que sí —le respondo con el mismo tono.

Suelta una risita.

—No, bobo. Hablo de Vanesa. La flaca que tanto te gusta.

Me atraganto con mi propia saliva.

—¿Y vos de dónde sacás esas cosas?

Me dedica una sonrisa malévola.

—Tengo mis fuentes.

Reprimo una sonrisa y sacudo la cabeza.

—Para tener diez años sos demasiado cotilla.

Lola suelta una risita, y antes de que yo pueda decir algo la tía Miranda nos lanza una mirada fulminante.

—Ustedes dos, guarden silencio de una vez por todas —susurra molesta.

Lola hace un gesto inocente, cruza los brazos sobre su pecho y luego pone su atención en la pareja que se está casando. Yo en cambio, mantengo la mirada en mis manos que descansan sobre mi regazo.

Quiero mirarla, aunque sea un instante. Sí, sí. Voy a hacerlo. Decidido, tomo aire y poco a poco giro el rostro en su dirección.

Allí

está.

Radiante. La más linda en todo el lugar, y la más... ¿nerviosa? Nesa está nerviosa. Odio admitirlo, pero eso sin duda me genera algo de calma. Y es que, al menos así sé que no solo es cosa mía.

Ella también está sintiendo cosas.

¿Qué estará pasando por su cabeza en este momento?

Quiero ponerme de pie, quiero sentarme a su lado y tomarle las manos para que deje de moverlas por los nervios. Quiero besarle los nudillos y decirle que no me apartaré de ella durante el resto de la ceremonia y de la fiesta. De hecho, quiero decirle que no quiero apartarme nunca de ella. Que ni siquiera el tiempo pudo borrar lo que siento, y que pude darme cuenta de ello en el preciso instante en el que nos volvimos a mirar.

NUESTROS MIEDOS | IVÁN BUHAJERUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora