49 | Nuestros miedos

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Calma

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Calma.

El océano está en calma, de modo que el oleaje apenas mueve mi tabla de surf en la que estoy recostada boca arriba.

Podría cerrar los ojos y disfrutar del momento, pero no lo hago, porque el cielo frente a mis ojos es demasiado hermoso como para no mirarlo. Tan azul, despejado y brillante.

Una brisa me roza el rostro. Es cálida, y huele a sal. Sonrío incapaz de evitarlo, y es que cómo no, si esta tiene memorias. Memorias de los días del verano que están a punto de terminar.

Días de sol, de agua salada, de arena, de besos, muchos besos..., de largas noches de películas, de mi habitación y de cuerpos tocándose.

El mío y el de Iván.

Mañana es el día en el que nuestro verano termina, de modo que esa última tarde lo único que queríamos hacer era precisamente, esto.

Giro mi rostro solo para mirarlo. Lleva las gafas de sol puestas, pero puedo ver a través de estas que tiene los ojos cerrados.

Se me escapa una sonrisa. Y es que, basta con eso, con mirarlo, para traer de vuelta los días que le siguieron a la boda de nuestros padres y de que estos se marcharan a su luna de miel, dejándonos la casa de playa del Carmen solo a nosotros y a Sebastián. Días que Iván y yo aprovechamos al máximo.

Días de tumbarnos exhaustos en la arena después de una larga sesión de surf, de besarnos con tanta intensidad que no tuvimos otro remedio más que meternos en mi habitación hasta perdernos en el rose de nuestros cuerpos húmedos y repletos de arena. Sus manos recorriendo mi cuerpo, las mías el suyo hasta el punto en el que fui capaz de memorizar todo de él.

Amaneceres con él a mi lado, para luego pelear por las sábanas hasta que nuestras bocas volvían a unirse, y solo así declarábamos tregua.

Tardes de juegos de mesa junto a Liv y a Sebastián, con todos perdiendo la paciencia porque yo seguía siendo la mejor de los cuatro hasta el punto en que prefirieron que nos dirijamos al centro de la ciudad para pasar el rato en algún bar.

Noches caminando por la ciudad, con la mano de Iván entrelazada a la mía, y robándonos besos cada que teníamos oportunidad, para luego volver a casa y quedarnos hasta altas horas de la madrugada viendo maratones de películas que hemos visto ya una y otra vez. Con sus brazos rodeándome la cintura, y mis manos tocándole el cabello.

Iván abre los ojos y me mira.

—¿Cuánto tiempo llevas mirándome?

Me rio.

—No mucho.

—No te creo —Se sube las gafas y da un golpe al agua con su manos para salpicarme con un poco de esta.

NUESTROS MIEDOS | IVÁN BUHAJERUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora