12 | Sobreprotectores

430 28 11
                                    

Si me preguntan, físicamente estoy sentado junto a Sebastián en el sofá mirando un maratón de rápidos y furiosos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Si me preguntan, físicamente estoy sentado junto a Sebastián en el sofá mirando un maratón de rápidos y furiosos. Apenas vamos por la mitad de la segunda película de la saga cuando me resigno ante el hecho de que mis pensamientos no me van a dejar tranquilo.

Así que, ¿mentalmente en dónde estoy? Como dije, en mis pensamientos, siendo incapaz de sacarme de la cabeza algo a lo que ni siquiera tendría por qué estarle dando vueltas.

—¿Vos no crees que es peligroso? Deberíamos ir con ella —suelto sin apartar la mirada del televisor.

Mis ojos están atentos a las escenas de acción, pero mi mente no hace más que reproducir imágenes de otra cosa completamente distinta. De una persona.

—Ya te dije que estará bien. Además, ¿no escuchaste a Liv? Si el surfista del bronceado perfecto no nos invitó no hay forma en la que podamos aparecernos por allí.

—¿Y si le pasa algo?

—Liv estará allí. Cualquiera de las dos podría llamarme en caso de una emergencia.

Este habla sin apartar los ojos de la pantalla, y por su gesto pareciera que está comenzando a irritarse por mis constantes interrupciones.

—Pero y si...

—Demonios, se supone que debo de ser yo el hermano sobreprotector —pronuncia incapaz de contener una carcajada.

Cruzo los brazos sobre mi pecho, y luego bufo. Creo que es momento de detener mi escenita de ce... Para loco.

Me detengo a mí mismo antes de finalizar esa palabra en mi mente.

—No estoy siendo sobreprotector. Solo digo que puede ser peligroso que tu melliza de diecisiete años pase la noche en la casa de un desconocido.

Justo antes de que este pueda darme una respuesta somo interrumpidos por unos pasos que descienden desde la escalera y se detienen hasta donde estamos. Nos giramos al mismo tiempo, dándonos cuenta de que se trata precisamente de Vanesa.

Sin poder controlarlos, mis ojos se toman un recorrido desde los pies en sandalias de esta, hasta subir por sus piernas pálidas y el vestido floreado que le queda un poco arriba de las rodillas, luego suben por la piel de sus hombros, sus clavículas marcadas... y terminan en su rostro maquillado y su cabello alisado.

Me fuerzo a mantener la boca cerrada con tal de no parecer un lunático y babear frente a estos dos.

Y entre todos mis esfuerzos termino por debilitarme en cuanto los ojos de ella se encuentran con los míos. Junto valor y no aparto los míos de los suyos, de modo que ella queda expuesta cuando sus mejillas se tornan de un ligero tono rosado. Aquello nos toma por sorpresa, y como si ambos recordáramos al mismo tiempo que no estamos solos apartamos la mirada de una.

—¿Tengo que recordarte como debes cuidarte de los muchachos? —le dice su hermano de pronto, a lo que esta gruñe.

—No empieces, Sebastián. Ni siquiera papá hizo el intento de sermonearme.

NUESTROS MIEDOS | IVÁN BUHAJERUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora