46 | ¿Cuál carta?

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Todo sería silencio de no ser por la boda que se está celebrando a muchos metros de nosotros

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Todo sería silencio de no ser por la boda que se está celebrando a muchos metros de nosotros.

Sigo sin creerme que no protestó cuando le pedí que nos alejaramos un momento de la multitud para que pudiéramos tener más privacidad. Así que allí estamos.

Ella está sentada en la arena, lleva las rodillas pegadas a su pecho y no es capaz de apartar la mirada de aquel océano nocturno frente a nosotros.

Y yo, yo estoy de pie a su lado. Tengo las manos metidas en los bolsillos de mi pantalones. Con los dedos de mi mano derecha sigo tocando aquel pedazo de papel arrugado, como si fuera a desaparecer por arte de magia si dejara de hacer contacto con esta.

Carajo, en mi imaginación esto lucía más fácil. ¿Por qué no lo está siendo? No he dicho ni una sola palabras, y temo que si me prolongo con ello solo provocaré que ella se ponga de pie y se marche.

Aprieto la hoja de papel, y reprimo un suspiro.

—Gracias por no escaparte —Me siento a su lado, y echo la mirada en la misma dirección que ella. Hacia el océano.

—¿Cómo iba a hacerlo? Te plantaste como vil tronco en mi camino.

Se me escapa una risita, y cuando la veo de reojo me percato de que está sonriendo. Pero entonces, la mía se esfuma lentamente. Y luego suspiro.

—No quiero robarte mucho tiempo, pero no sé cuanto me lleve explicarte todo lo que sucedió el verano pasado.

Su sonrisa también termina por desaparecer.

—No tienes que explicarme nada, yo también estuve allí, ¿lo recuerdas?

Por fin se gira a verme, así que yo no tengo otra opción y también la miro. Se ve hermosa bajo la luz de la luna y con el viento moviéndole ligeramente el cabello.

—Hablo de que quiero hablarte de lo mucho que tuve que ver con el malentendido final. Me marché sin decirte nada.

—Fui yo quien no te dejó decirme nada, también lo recuerdas ¿no?

Está usando ese tono de autodefensa que me altera los nervios.

—Y yo no me esforcé por hacer que me escucharas.

Silencio.

No dice nada, pero en sus ojos veo un destello de tristeza, uno que pronto oculta tras apartar su mirada de la mía.

—Escucha, Nesa. No me importa que no me hayas permitido explicarte nada. Lo que me importa y lo que no me ha dejado en paz desde que me marché aquel verano fue que yo no me esforcé más —Tomo aire con dificultad—. Me rendí junto con vos en ese momento sabiendo que todavía podía dar un último esfuerzo. Pero no lo hice, porque sabía que en casa me estaba esperando el sueño de toda mi vida. Y yo... —Hago una pausa para tomar aire y preparar mis siguientes palabras—. No me arrepiento de haberme marchado a cumplir mi sueño.

Por fin consigo que me mire.

—¿Q-qué dices?

—Que no me arrepiento de haber vuelto, porque a final de cuentas estoy obteniendo todo aquello por lo que siempre trabajé —Otra pausa, pero esta vez sonrío débilmente—. Sin embargo, sí que hay algo de lo que me arrepentí tan pronto me subí en aquel avión. Algo de lo que me sigo arrepintiendo incluso en este preciso momento.

—¿De qué te arrepientes? —pronuncia con cierta impaciencia.

—De no haberme asegurado de que tuvieras esto antes de marcharme.

Y entonces la saco de mi bolsillo. La carta. Aquella que debió de leer mucho tiempo atrás. Sus ojos miran con confusión el pedazo de papel arrugado, y luego me mira a mí.

—¿Qué es eso? —pregunta en un susurro.

Extiendo mi mano para que la tome, pero no lo hace.

—Te escribí una carta la noche antes dr marcharme —Abre los ojos con asombro—. Se suponía que vos tenías que encontrarla en el bolsillo de aquel buzo mío que tanto te gustaba ponerte, pero entonces hubo una confusión porque mi madre encontró la prenda y la metió en mi equipaje y yo jamás me enteré hasta que desempaqué meses después en mi nuevo piso.

Esta más que desconcertada, así que será mejor que deje de darle vueltas a todo. Pero entonces me fijo en que no ha tomado la carta, y a pesar de que no aparta su mirada de esta tampoco le veo las intenciones de hacerlo.

Bajo mi mano con un suspiro.

—Bien, si vos no querés leerla entonces yo te la recitaré.

Hace mucho que memoricé cada una de las palabras que plasmé, así que no tendré problema con ello en este momento.

A continuación me muevo sobre la arena hasta quedar sentado frente a ella, o más bien, hincado.

No puedo creer que esté haciendo esto, así como tampoco puedo creerme que allí la tengo de nuevo, frente a mí, con aquel océano de fondo en el que solíamos perdernos entre las olas mientras hacíamos surf.

Entonces le dedico una última mirada antes de aclararme la garganta.

—Primero tenés que prometerme que no saldrás corriendo antes de que termine.

Apenas y puede mantener sus ojos sobre los míos, y en el fondo sé que ella tiene tanto que decir como yo, y claro que dejaré que me lo diga todo. Pero primero tengo que decirle yo todo lo que me callé durante todo este tiempo.

Lanza una rápida mirada hacia donde la fiesta continua. La música sigue a todo volumen, pero en donde nosotros estamos apenas es audible. De hecho, puedo asegurar que el oleaje nocturno suena más fuerte.

Cuando sus ojos regresan a los míos ella suspira.

—Te lo prometo.

Algo se me remueve en el estómago. Nervios. Aún así, junto mi valor y vuelvo a aclararme la garganta para decirle:

—Bien. Aquí voy entonces.

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NUESTROS MIEDOS | IVÁN BUHAJERUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora