Capítulo 7 El escondite

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Recuerdo aquella vez, cuando estábamos en clases y oí que Amanda pidió permiso para ir al baño. Pasó un largo rato y no regresaba, así que el profesor me llamó a su escritorio y en voz baja me dijo:

—Laura, necesito un favor. Conozco a Albis y creo que le pasó algo. ¿Puedes ir a buscarla para saber si está bien?

—Sí, profesor.

Entonces, fui al baño de la escuela; considero que ese era su escondite cada vez que le daba un ataque. Al llegar, la encontré frente al espejo, inclinada hacia el lavamanos, con la mirada perdida. Me acerqué y le pregunté:

—Ey, ¿estás bien?

Ella volteó a verme, tal vez un poco confundida y me dijo:

—¿Laura? Sí, estoy bien.

—¿Estás segura de que estás bien? Te veo un poquito pálida —le respondí con preocupación.

—Te dije que sí —y miró el lavamanos—, solo vomité un par de veces.

—¿Y eso te parece poco? No estás bien, Amanda. ¿Qué te pasa? Puedes confiar en mí y decirme.

—Son los nervios, —y su voz titubeó un poco—. Nada más.

—¿Nerviosa? ¿Es por los exámenes de la escuela?

—Bueno, es por otras razones.

—¿Qué razones?

—Haces muchas preguntas, Laura.

—Yo solo quiero ayudarte.

—No necesito tu ayuda. Por favor, vete y déjame sola —replicó en un tono cortante—, quiero estar sola.

Decidí que era mejor dejarla en paz, pero luego de abrir la puerta para irme del baño, regresé; había olvidado mencionarle que el profesor preguntó por ella. Antes de que pudiera decirle algo, la vi sacando un frasco de píldoras de su bolso y tomó una. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que yo la observaba, y sin más opciones para ocultarlo, entre suspiros me explicó:

—Es para la ansiedad.

—Lamento que estés pasando por esto, amiga —dije en un tono empático.

Y respondió con la voz quebrada:

—No creo que alguien pueda entenderme.

—¿Me dejas hacerte una pregunta?

—Sí.

—¿Estás yendo a terapia?

—Sí, cada semana veo a un psiquiatra. Y sigues haciendo preguntas.

—Supongo que no quieres hablar de ello.

—No —e inclinó la cabeza.

—Entiendo. Cuando quieras hablar, recuerda que no estás sola, que cuentas conmigo.

—Te lo agradezco mucho —pero su mirada seguía fija en el lavamanos.

—Por cierto, el profesor está preocupado porque no has regresado a la clase.

—Dile que estoy bien y que vuelvo en seguida, por favor.

—De acuerdo.

En ese momento, me sorprendí de que me hablara sobre su ansiedad, porque ella tenía la costumbre de evadir estas conversaciones y decir: «Todo bien, hoy es un día bonito». Siempre mencionaba cosas superficiales; pero en esta ocasión, admitió que iba a terapia con un psiquiatra. Sin embargo, al decirme que yo hacía muchas preguntas, preferí no insistir en obtener respuestas.

Al final, comprendí que su daño era más profundo de lo que imaginaba.

Extras:

• Mi escondite en la secundaria era la biblioteca, allí podía pensar con claridad. ¿Y el tuyo?

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora