Capítulo 15 La tía rica y el perro loco

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Pasaron las semanas y fui a casa de los Albis para entregarle unas flores para sembrar a la señora María. Esa tarde llegó de visita una tía de Amanda llamada Rebeca, que era hermana de su papá. No había conocido a una mujer tan refinada y adinerada como ella, hasta en su forma de caminar se veía muy elegante. Tenía un perrito, de esos poodle blancos y peludos que se creen grandotes y ladran hasta arruinarte los oídos. Después de que María me presentó a Rebeca, dejé que ellas hablaran mientras terminaba un trabajo escolar con mi amiga en su habitación. En nuestra conversación le mencioné:

—Oye, Amanda, ¿escuchaste que en la escuela van a hacer una excursión para ver una galería de arte en Caracas?

—Sí, lo escuché —y siguió escribiendo.

—Supongo que te emocionará ir.

—Ajá, por supuesto.

Y hubo un minuto de silencio. Me pareció extraño que no reaccionara de manera eufórica, es decir, a ella le encantaba todo lo que tenía que ver con el arte y las pinturas. Entonces me preguntó:

—Tendremos que ir en autobús, ¿cierto?

—Obvio, así entraremos todos.

—Es que odio los autobuses.

—Puedes ir en el auto de alguno de tus padres y encontrarnos allá.

—Ah… —y miró hacia otro lado—, sí, es buena idea.

Eso fue más extraño todavía; sin embargo, ya estaba acostumbrada a que ella dijera e hiciera cosas fuera de lo común. Decidí que no la presionaría para que me expresara su preocupación. Seguimos conversando y le dije:

—Me gustaría ir, pero mis padres están muy cortos de dinero y, ¿de qué podría trabajar yo? No tengo tiempo para más nada entre los horarios de estudio.

Seguimos hablando de otras cosas, pero ella observaba la ventana una y otra vez, llegué a pensar que la miraba por alguna razón. Al parecer, solo reflexionaba sobre un asunto, porque luego me dijo:

—¡Ya sé! Tengo una idea —exclamó emocionada.

—¿Cuál?

—Oí que mi tía Rebeca necesita que le cuiden al perro por unas semanas. Ella tiene mucho dinero y es generosa.

—¿Cuidar de su perro? No me gustan los perros, Amanda.

—No se trata de que te gusten, sino del dinero que necesitas. Además, yo podría ayudarte, a mí sí me encantan los perros.

—Okey, aprovecharé el momento para hablar con ella ahora que está aquí.

Así que le expliqué a la tía Rebeca que necesitaba el dinero para la excursión y que estaba dispuesta a cuidar a su perro por las semanas que ella no estaría en su casa. Entonces me contestó:

—Te haré una oferta. Me iré por dos meses a Francia y si cuidas a mi amado London durante ese tiempo, solo te daré el dinero de un mes; pero pagaré tus gastos de la excursión e incluso, el pasaje de todos los estudiantes del colegio. ¿Está bien?

No sabía qué responder, me puse a pensar en cálculos matemáticos. Pero era una buena oferta, porque pagaría mi pasaje, el de los demás estudiantes y me quedaría el dinero de un mes por cuidar a London. Hasta el nombre del perro sonaba caro.

—Acepto —le respondí.

Ese mismo día recibí una lista enorme de cosas que comía London, los días que se ejercitaba, bañaba, se afeitaba, jugaba con sus amigos perrunos y salía a pasear a lugares costosos. Hasta tenía un chofer que me llevaría con él a esos sitios sofisticados. Abrumada con todo esto, el estrés me hizo explotar por dentro y pensé: ¡Qué locura! Solo es un perro. ¿Qué le pasa a la gente? ¡No me gustan los perros, odio mi vida, los odio a todos!

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora