Capítulo 13 Sueños de vida

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Ese fin de semana, pasé por la casa de Amanda porque estuvo ocupada en las tardes y no habíamos tenido oportunidad de hablar. También me interesaba saber cómo se sentía. Al abrirme la puerta, me sonrió y ni siquiera me dejó terminar mi saludo.

—¡Amiga! ¿Cómo est...

—Gracias, Laura.

—¿Por qué? —y fruncí el ceño.

—Por que me defendiste, aun cuando te arriesgaste a una sanción. Quisiera tener esa fuerza.

—Para eso están las amigas. ¿Y cómo estás?

—¿Sabes? Quería mencionarte varias cosas.

—Claro, dime.

—Primero, que la escuela mandó un informe al psiquiatra y él me dijo que los síntomas de mi déficit de atención disminuyeron.

—¡Esas son buenas noticias! Me alegro por ti.

—Lo segundo es que ya no le tengo miedo a Alexandra. Aunque ella y sus amigas se sentaron a mi lado, no me sentí tan nerviosa como antes.

—¡Guao! Es increíble, no lo había notado. Y ahora, ¿cómo estás?

—Y lo otro que quería decirte es que compré una película nueva, ¡vamos a verla!

—Entonces, supongo que estás bien —contesté en un tono odioso.

Su mamá tuvo razón desde el principio al decirme que debía tenerle paciencia, mucha paciencia. El punto es que, creo que no me di cuenta de la seguridad que mostró frente a las arpías por concentrarme tanto en la furia del momento. Pero me sentía muy orgullosa de ella, porque se esforzaba en superar sus miedos.

Ese día también conversamos sobre nuestros sueños e ilusiones. Mi alma ya no se amargaba tanto desde que Amanda y yo nos hicimos amigas. Ella me enseñó algunas de sus pinturas más recientes y me encantaron. De verdad apreciaba su talento para pintar cada detalle. Entonces me preguntó:

—Laura, ¿cuál es tu sueño más grande?

—Ya lo sabes: es diseñar y construir un edificio moderno antisísmico —le respondí con mucha emoción—, sería lo máximo.

—¿Y cómo te lo imaginas? Dibújalo si quieres.

Así que me dio una hoja y un lápiz. Empecé a dibujarlo como lo imaginaba en mi cabeza, trazando líneas rectas, tratando de ser lo más precisa posible. Cuando lo terminé, Amanda me dijo:

—¡Oh! Sí sabes dibujar.

—Claro que sí, no eres la única.

—Está bien hecho —respondió ajustando sus anteojos para enfocarse en la hoja—, pero le falta un detalle importante.

—¿Cuál?

Seguido de eso, lo tomó en sus manos mientras yo me preguntaba qué iba a hacer con él. De pronto, sacó unos creyones y poco a poco comenzó a pintar el edificio.

—El detalle importante es el color. Mira cómo lo mejora —me dijo.

Quedé asombrada con lo hermoso y realista que estaba quedando. Me llegó al corazón el saber que a ella le importaban mis sueños. Por eso, una vez terminado, la miré y con mis ojos empañados le dije:

—Tienes razón, pensé que se veía perfecto cuando lo dibujé. Pero después que lo pintaste, ahora está más precioso y me hace creer que mi sueño sí puede ser posible. Te quiero mucho.

Pero ella sonrió y no me respondió nada. Me dolió un poco que después de tanto tiempo de amistad, todavía no podía decirme «te quiero» o al menos, «yo también». Entonces, me asomé al patio de su casa, porque me daba curiosidad saber si el árbol de mango tenía frutos. Sin embargo, aún se veía pequeño y, con mis dudas, le pregunté a Amanda:

—Ya ha pasado poco más de un año, ¿cuándo dará frutos este árbol?

—Todavía no —y suspiró observándolo—, el árbol de mango da sus primeros frutos de 5 a 8 años después de haberlo sembrado.

—¿En serio? Falta bastante tiempo.

Mirándome a los ojos me respondió:

—Sí, necesita su tiempo —y me sonrió—, yo también.

Entendí el mensaje. Para ella, era muy difícil expresar palabras de cariño y necesitaba tiempo para sentirse más cómoda, igual yo sabía que en algún momento me iba a decir que me quería. De todos modos, conservé el dibujo que hicimos juntas como un bonito recuerdo.

Laura solo quería que le dijera: Te quiero 🥺

Extras:

• Este dibujo se menciona en el último capítulo.

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora