Capítulo 29 La última carta

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Recuerdo la graduación de Amanda como si fuese ayer. Ese día en el que supe que tenía TDAH y dislexia, jamás me habría imaginado que alcanzaría sus metas. Tiene una fuerza de voluntad muy poderosa, es más valiente de lo que creí. Entre la multitud de personas que llegaron al lugar, de nuevo vi a un hombre que parecía ser su padre y me acerqué más, pensando que tal vez me había equivocado. En sus manos cargaba una cámara muy costosa y confirmé que sí era él. Como no había mucha distancia entre los dos, volteó, ¡y me miró! Seguido de eso, me dijo con voz amigable:

—Hola, Laura.

—Hola, señor Albis —le contesté.

Entonces me sonrió, después tomó una fotografía de su hija, caminó hacia su automóvil y se fue. Nadie nos había presentado antes. Sin embargo, él ya sabía mi nombre y quién era. Esa fue la última vez que lo vi.

Se acercaba el momento de despedir a mi amiga, y eso me ponía muy inquieta. Llegué a pensar que me había pegado su ansiedad, ¡qué loco pensamiento! La noche anterior a su viaje, llegó a mi apartamento en Caracas. Tocó la puerta con desesperación y salí a recibirla con mi cara de enojo.

—Ah, eres tú, pensé que era la vecina que pide colaboraciones para arreglar el jardín.

—Eso explica tu cara —replicó.

—¿Y qué haces aquí? Pasa, no te quedes ahí parada.

—Estoy muy, pero muy nerviosa.

—¿Por qué? ¿Es lo del viaje?

—Sí, no sé cómo voy a reaccionar cuando me suba al avión.

—Tienes que pensar en cosas positivas, Amanda.

—Lo intento. ¡No puedo! —y puso sus manos sobre su cabeza.

—Cálmate y escúchame. ¿Recuerdas la primera vez que subiste al metro?

—Oh, sí, con los muchachos de la universidad. Fue horrible.

—Te sentiste nerviosa, pero después te relajaste porque ibas en grupo. ¿Y te moriste?

—Obvio que no. Pero esto es diferente...

—¡Escúchame!

—Okey —y levantó las palmas de sus manos.

—Te diré algo interesante. Hay menos probabilidades de morir en un avión que en un tren, ¿sabías eso?

—No tenía idea. ¿De dónde sacaste...

—Eso no importa. Alguien me lo dijo y tiene mucho sentido si lo buscas en internet.

—Pero me subí al metro, no a un tren.

—Es casi lo mismo: una vía, unos vagones gigantes y personas amontonadas, y sobreviviste a eso.

—Eso... Eso —e hizo una pausa para reflexionar—, tiene lógica.

—Así que, cuando te sientas nerviosa por el avión, recuerda esa frase: hay menos probabilidades de morir en un avión que en un tren y sigo viva.

—¡Gracias, Laura! Siempre sabes cómo tranquilizarme.

—Para eso están las amigas —le dije con un giño.

Después, se marchó; esa noche pasó muy rápido y casi no pude dormir. En la mañana, llegó el momento por el que no quería pasar: el día en que me despedí de Amanda. Es difícil describir lo que sentía, ella fue la única persona que siguió motivándome cuando todo en mi vida se fue al caño, estuvo conmigo en las buenas y malas. Por mi mente pasaron todos los recuerdos que vivimos: cuando sembramos el árbol de mango, las arpías que se burlaban y lo que hice para defenderla, la vez que fuimos al cine y se salió a mitad de la película, la luna que dibujó y todas las cartas que me escribió. También, lo que me contó sobre su pasado y sus luchas, la manera en que lo superó poco a poco y cómo la ayudé en ese proceso. Cada vez que trataba de olvidarlo, miraba su sonrisa de emoción por el viaje y de nuevo volvía esa puntada en el pecho que empañaba mis ojos.

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora