Capítulo 22 El momento de la verdad

22 5 0
                                    

Sentada en mi cómodo sofá, veía televisión después de una larga ducha. Me esforzaba mucho en el colegio, así que, esa noche me tomé un descanso de mis responsabilidades. Antes de salir a su trabajo, mi mamá me dijo:

—Laura, mañana no hay clases, están pintando la escuela. Y Luis me envió un mensaje preguntando si podía llevarte al lago que te gusta. Llámalo y me avisas qué deciden, ¿okey?

—Sí, señora.

¡Qué bien! Un día libre y un paseo con mi padre. Todavía me fascina ver ese lago majestuoso de aguas cristalinas, es como ver una pequeña muestra del paraíso y siempre me brindaba una sensación de paz y alivio emocional. Imaginé que un ambiente tan hermoso, también ayudaría a Amanda con sus problemas. Después de todo, deseaba aprovechar al máximo mi día de descanso y con ella sería más divertido.

La llamé por teléfono emocionada por contarle cómo era el lago, pero sin dar detalles del por qué, rechazó mi invitación.

—Vamos, amiga. ¿Por qué no quieres ir? ¿Le tienes miedo al agua?

—Es que, no sé cómo explicártelo.

—Será un día increíble, anímate.

—Lo siento, Laura, no puedo ir. Tengo que colgar, chao.

No me dio más explicaciones y mi mente comenzó a divagar. Para mí era extraño que no quisiera ir conmigo, a ella le gustaba acompañarme a cualquier lado. ¿Tendría miedo de que algo nos pasara en el camino? ¿Seguiría herida por haberle dicho que no me hablara? Esto no tenía sentido desde mi punto de vista.

¿Insisto o desisto? Una pregunta que daba vueltas en mi cabeza. En otras ocasiones insistí y las cosas salieron bien. Creí que necesitaba un empujón para salir a pasear conmigo. No tenía idea de qué le ocurría y jamás olvidaré lo que pasó.

Mi día libre comenzó muy pronto: un sonido estruendoso, fastidioso y constante me despertó a las 7 de la mañana, ya que, unos constructores se pusieron a taladrar la calle a esa hora. No pude seguir durmiendo y me levanté de mal humor. Preparé el desayuno y organicé mis cosas para irme en cuanto llegara mi mamá. Ya había planificado todo lo que iba a hacer para mi viaje.

Salí a mitad de la mañana, después de desayunar. Caminé en dirección a casa de los Albis pensando: la voy a convencer. Al llegar, Amanda me abrió la puerta y no pudo disimular su cara de asombro al verme. Por un momento, me pareció que no quería que yo estuviera en su puerta. Me senté con ella en la cocina mientras preparaba comida, porque María tuvo que salir temprano a hacer las compras. Dejé de ocultar los motivos de mi visita al decir:

—Amanda, vine a buscarte para que me acompañes al lago.

—Te dije que no puedo, Laura.

—Anda, amiga, te encantará ese lugar, es hermoso.

—Sí quiero, pero no puedo ir.

—¿Por qué? No creo que tengas algo más que hacer, si hoy no hay clases.

—Sí, tengo cosas pendientes.

—No mientas, apenas nos avisaron anoche y pocas veces sales de tu casa.

—Ya —y entrelazó sus brazos—, no sigas insistiendo.

—Bueno, seguiré fastidiándote, a no ser que me des una buena razón para dejarte tranquila.

Y miraba al suelo con el ceño fruncido e ignoraba lo que tenía en la estufa. Me cansé de esperar una respuesta y me levanté, le di la espalda y le dije:

—Está bien, de cualquier manera, me voy sin ti. Solo quería que te divirtieras un poco. Voltea la arepa, ve que se está quemando.

Pero justo en ese instante, en esos segundos sin palabras y con el sonido de mis pasos caminando hacia la puerta, ella me respondió:

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora