Capítulo 17 Corazón de arpía

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En la escuela, me percaté de algo muy extraño en el comportamiento de Alexandra. Al parecer, no tenía ánimos para siquiera mirarnos con desprecio. No me importaba, la verdad, pero se notaba mucho la diferencia.

Recuerdo muy bien aquella tarde cuando caminaba con Amanda después de clases. Al pasar por el jardín del colegio, vimos a Alexandra sentada en uno de los banquitos, inclinándose hacia abajo y tapando su cara con sus manos. La escuchamos romper en llanto y fue cuando supe que algo había destrozado su alma. ¿Qué le pasó? ¿Y sus amigas? ¿No la apoyan en sus días grises? Miré a mi amiga y me dijo en un susurro:

—¿Vamos?

—Por supuesto que no —repliqué—, es mala con nosotras. Que vayan a consolarla sus amigas arpías.

—Laura, si ella es mala, es su problema, pero nosotras no somos así.

Dejando mis palabras en mi boca, Amanda caminó con firmeza rumbo al banquito y yo la seguí, (en ese momento comprendí que hasta el ser más despreciable tiene días malos). Ella se sentó al lado de Alexandra y le dijo:

—Ey, ¿estás bien?

—¿A qué vienen? —preguntó sollozando—, ¿a burlarse de mí?

—No, —contestó con una voz empática—, queremos saber si estás bien.

—¿Te parece que estoy bien? ¡Váyanse! ¡No tengo remedio! Hasta tú que eres una distraída, podrás graduarte.

Interrumpí preguntando:

—¿Por qué dices eso?

—¿No te has enterado? Los profesores me dijeron que no me graduaré. Alguien comenzó a decirles eso a todos y ahora se burlan de mí —y se tapó la cara.

Y fue ese instante en el que me sentí tentada a decirle con sarcasmo que la vida le estaba dando una cucharada de su propia medicina. Pero Amanda me observaba fijamente, tal vez esperando una respuesta amable de mi parte. Por eso le dije entre suspiros:

—Bueno, ¿puedo ayudarte? Quizás todavía estás a tiempo para aumentar tus calificaciones.

Sorprendida respondió:

—¿De verdad quieres ayudarme?

—Sí, puedo ayudarte con una condición: dejarás de molestar a mis amigas y de ponerle sobrenombres a Amanda. ¿Quedó claro?

—Lo prometo. Gracias, Laura, no pensé que serías tan gentil.

Después de secarse las lágrimas, recogió sus cosas y se marchó. Me había comprometido para ayudar a mi enemiga de la escuela. ¡Qué locura acababa de hacer! Por un segundo pensé en pagarle a Tomás para que me suplantara. Sin embargo, no tenía dinero, solo contaba con el pago que recibiría por cuidar al travieso London. Mi tiempo libre se reducía cada vez más.

Estando tranquila en mi casa, de pronto escuché el sonido de un puño tocando la puerta. Al abrirla, vi aquella espantosa imagen de una pelirroja de cabellos rizos, sonrisa perfecta y de actitud pretenciosa. En seguida le grité:

—¡Alexandra! No esperaba verte hoy.

—Es que estaré ocupada los demás días.

—¿Por qué? ¿Trabajas o algo así?

—¡Qué metiche! Ese no es tu problema. ¿Me ayudarás o qué?

—Está bien, pero no seas tan grosera, solo era una pregunta.

—Esos son mis asuntos, ya te lo dije.

—¿Sabes qué? Pasa, vamos a hacer tareas en vez de hablar de tonterías.

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora