Capítulo 23 Un hogar destruido

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En medio de mi malestar, me sentí tan incomprendida como si fuese la única persona en el mundo sufriendo por el divorcio de sus padres. A veces, me despertaba en la madrugada y lloraba sin razón, era imposible contener el torrente de lágrimas que brotaba de mis ojos. Y el día llegó, allí acabó todo, en esa estúpida firma de separación que cambió el rumbo de mi familia. Mi hogar fue destruido por las manos de sus propios constructores, mi lugar seguro desapareció.

El colegio, mis notas, los paseos, mis amigos: nada de eso me sacaba de mi tristeza, todo me daba igual. No me importó faltar a clases ese lunes, cayó la tarde, mi madre se fue a trabajar más temprano y me quedé en casa con Linda, quien se hacía la fuerte. Yo también me hice la dura y en ningún momento despegué mi vista del televisor, en él contemplaba a gente más feliz que nosotros.

Para entristecer más a ese tardío anochecer, cayó una tempestad tan fuerte que mojó las ventanas. Lo menos que esperaba, era oír unos golpecitos en la puerta. ¿Quién iría a verme en medio del aguacero? Me levanté de mi sofá, me acerqué a la puerta, la abrí y poco a poco sentí el frío de la calle. Entonces, quedé sorprendida al verla ahí, bañada en agua del cielo.

—¿Amanda? ¿Qué haces aquí en plena lluvia?

Pero ella no me respondió, creo que retuvo sus palabras. Así que le pedí que entrara y busqué una toalla.

—Estás empapada, ¿por qué viniste ahorita?

—Es que, quería verte —contestó secando sus anteojos— y no pensé que la lluvia me alcanzaría.

—Es evidente que te equivocaste. Buscaré ropa seca, si no, te vas a enfermar.

—Espera.

Entonces, me detuve antes de ir a mi habitación y me dijo:

—Iba a entregarte esto.

Y sacó de su bolsillo un papel arrugado, mojado, con la tinta corrida, muy ilegible. Con su mirada de decepción, lo volvió a meter en su bolsillo. Así que, le respondí:

—Me escribiste una carta, ¿verdad?

—Sí, pero no sobrevivió. Mejor, voy a cambiarme de ropa.

No tenía idea de qué me había escrito, ni siquiera estaba segura del propósito de su visita. Lo cierto es que, ya con ropa seca, se sentó junto a mí en el sofá de la sala. Me interrumpía cada vez que trataba de concentrarme en el programa de televisión. Al parecer, tenía ganas de hablar. Así que me obstiné y pulsé el botón de mute.

—Ahora sí podemos hablar —le dije frunciendo el ceño.

—Discúlpame, hace tiempo que no me mojaba con la lluvia y estoy aturdida.

—Tal vez debiste quedarte en tu casa, es tarde para volver y sigue lloviendo. ¿Tu mamá sabe que estás aquí?

—Sí, yo le dije.

—Igual, llámala para que no se preocupe tanto.

—¿Quieres saber a qué vine?

—Claro, me gustaría saberlo. Supongo que tiene que ver con la carta.

—Así es —pero no dijo más nada.

—Bien, puedes decírmelo de una vez. Después llamas a tu mamá.

—Okey, voy a intentarlo.

Luego de reflexionar como por un minuto y de mirar por alrededor para asegurarse de que Linda no estuviera cerca, tomó aliento y me dijo:

—Quería decirte que es raro que faltes a clases y eso me asusta. Supe que te sentías mal por lo de tus padres y vine a verte.

—Yo estoy bien, no te preocupes. Tenía flojera y no quise ir a clases.

—Eh, no te creo.

—¿Disculpa? ¿Me estás diciendo mentirosa? —le contesté, ofendida.

—¿Recuerdas cuando me dijiste que todo el tiempo digo que «hoy es un día bonito»? ¿Recuerdas que eso te molesta?

—Sí, me irrita un poquito.

—Ahora eso también me irrita a mí.

—Ya era hora de que dejaras de decir esa frase.

—No, no la frase, sino el que no quieras decirme la verdad.

—Bueno, son mis padres, y es lógico que me va a afectar. Pero no es nada del otro mundo.

—Mira, si me dices que no esconda mis sentimientos, ¿por qué sí ocultas los tuyos?

—No lo entiendes, Amanda.

—Tú tampoco me entiendes, pero trato de hablar contigo. Lo hago porque eres mi amiga y eso me hace bien.

Ella tenía razón, hasta resultaba paradójico que no actuara según mis propios consejos. Por eso, me retracté en esos pocos segundos y le respondí susurrando:

—Está bien, ¿sabes qué? Me siento mal, ¿okey? —y entrelacé mis brazos.

—Lo supuse, Laura. Te conozco —y me sonrió.

Ablandando mi rostro y con mis ganas de desahogarme, seguí diciendo:

—Estoy destrozada, me cuesta dormir, tengo muchas ganas de llorar —y mi voz se quebró—, no pensé que esto me pasaría a mí y tengo muchas preguntas: ¿Y si me caso en el futuro y le pasa lo mismo a mi matrimonio? Qué desastre, mi familia está destruida.

—Ves, no fue tan difícil ser sincera conmigo.

—¿Sincera? Si yo siempre… Ay, ni siquiera puedo molestarme contigo —y suspiré.

—¿Por qué lo harías? —preguntó con el ceño fruncido.

—Sabes que me molesto con facilidad, lo dijo Amberly.

—¿Necesitas terapia?

—¡No, claro que no!

—Es jugando ja, ja, ja.

—Lo sé, y gracias por venir. Tú también me haces sentir mejor. Pero, ¡mira ese aguacero! Me parece que vas a tener que quedarte hasta mañana. ¡Llama a tu mamá!

—¡Ya voy!

Y me hizo caso: llamó a su mamá y esa noche se quedó en mi casa. Por lo menos, al fin cerró la boca y me dejó ver televisión. Esa imagen de ella en la puerta de mi casa, con sus lentes y su ropa empapada por la tempestad, nunca se me olvidará. En momentos de tristeza crees necesitar un abrazo cuando, en realidad, hay personas que te tocan el corazón de una manera tan hermosa, que no es necesario que te abracen ni que te den un discurso motivacional, solo basta que estén ahí para ayudarte a sanar tus heridas. Amanda, con su difícil comportamiento, se convirtió en una gran amiga para mí, la mejor que he tenido. Y nada más me bastó con que estuviera presente en medio de mi agonía para sentir que me apoyaba.

Me desperté temprano al día siguiente, ya estaba de mejor humor. Después, mis otras amigas, Karina, Elena y Sofía tocaron a mi puerta y las recibí con gusto: hablamos mucho, nos reímos y comimos dulces hasta que llegó mi mamá. Amanda se quedó con nosotras hasta la tarde y se fue con ellas. Entiendo que he sido amargada e iracunda algunas veces, pero pude contar con buenas amistades a lo largo de mi juventud.

A pesar de los cambios que tuve que afrontar, no era tiempo de distraerme, pronto iríamos a la anhelada excursión. ¡Qué emocionante! Sin embargo, había un problema: Amanda no se subía a ningún medio de transporte desde pequeña. ¿Se la perdería? No podía imaginarme yendo a una galería de arte sin ella, que amaba las pinturas. Esto sería un reto.

¿Podrá ir Amanda a la excursión? 😯

Extras:

• El papá de Laura quería divorciarse rápido para casarse con otra mujer, pero al final esa otra relación no funcionó. Bien merecido 🤣

Una carta entre silenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora