Tormenta II

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Rachel James

Londres, Inglaterra

Mi reflejo en el espejo no es nada favorecedor, mis ojos están hinchados de tanto llorar y el que no haya dormido nada otra vez hace que mis ojeras sean más notarias día con día.  

Ha pasado tan solo media semana y sigo tan devastada como desde que me entere del asesinato de mi novio, las lágrimas salen sin que pueda evitarlo y es que solo el hecho de pensarlo hace que quiera echarme a llorar como una niña pequeña.

Tomo aire respirando hondo para lo que esta apunto de suceder, los cuerpos llegaron ayer y hoy es cuando se hace el funeral de los caídos. 

Me siento una hipócrita por llorarle como lo hago, sé que no solo lloro por la pena de haberlo perdido de la manera en que lo hice.  

La culpa me carcome las entrañas, me es difícil estar cómoda en mi propia piel, hice algo atroz e imperdonable al que era el amor de mi vida. Fui la mujer de su mejor amigo la misma noche en la que lo asesinaron y eso simplemente no me deja estar tranquila.

Fui deshonesta y una maldita traicionara para quien me brindo un amor puro y sincero siempre, con cada uno de sus actos. Se que hubo muchos problemas, en nuestra relación, dada sus actitudes y las mías, pero aun así él no se merecía que le clavara el puñal en la espalda de semejante manera.

— Rachel te esperamos afuera — mi hermana menor me habla desde afuera.

Mi familia vino al funeral para acompañarme a mí y a la familia Lewis en nuestra perdida.

Termino de acomodarme el uniforme y salgo del baño en el que estuve encerrada por varios minutos para tomar un respiro, desde que ellos llegaron han estado sobre mi todo el tiempo preocupados por el estado en el que me encuentro.

Mi habitación es un desastre al igual que yo, mi papa me espera afuera de mi alcoba y me agarro de su brazo para no desfallecer en el camino, la central era un jodido caos hace un días y ahora solo se mantiene fría y sombría a la par con el día que nos espera. 

Aparte de Bratt se perdieron más de veinte vidas, personas que solo cumplían con su labor y por ello les arrancaron la vida. Fueron acribillados de forma despiadada por personas sin escrúpulos que solo les gusta arrebatar vidas a diestra y siniestra. 

Me siento morir cuando veo la fila de ataúdes y las familias llorando alrededor de estos, es una tortura visual el ver como se aferran a estos con angustia y desesperación, como si quisieran fundirse en ellos para no sentir dolor. 

Mi padres me guía hasta donde los Lewis y me es imposible no irme a los brazos de Joset al verlo apartado de su familia y tratando de contener sus lágrimas, me abraza y me estrecha contra él, no paro de soltar oraciones mal formuladas diciéndole cuanto lo siento y lo mucho que lamento que su hijo y mi novio se haya ido de esa manera.

Él no puede ni hablar, y me aparto para darle lugar a mis padres que también hace el intento de consolarlo, a Martha y Sabrina ni me acerco ya que lo último que quiero son sus miradas y comentarios mal intencionados. Me hago aun lado acercándome a donde mis hermanas están, estas me abrazan y me quedo en esa posición con ellas.

Todos los soldados se posan firmen ante la llegada del ministro y el coronel, mi cuerpo se tensa y estremece cuando reparo en este último. No lo he visto desde esa última ocasión que estuvimos todos juntos en la sala de juntas, no puedo negar la manera en que mi corazón late desbocado cada que lo veo.

No sé si él se siente de la misma manera en la que me siento yo, si la culpa lo golpeo también con fuerza, si esta no lo deja dormir por las noches pensando en que hubiera pasado si hubiéramos hecho las cosas de manera distinta. Poca atención le pongo al discurso de estos dos, mi conciencia no se cansa de reprenderme por todo lo que he hecho.

PP. Gustos CulpososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora