Capítulo 11

68 13 0
                                    

"No me retractaría de nada de lo que hice, de ninguna palabra que dije, pero voy a hacer que desees hacerlo"

"Limits" —Bad Omens


Las caballerizas estaban en la parte más alejada del territorio Goldblatt, y ese fue su primer destino, puesto que no podían recorrer la distancia que los esperaba a pie.

Se dispusieron a preparar a los animales para el viaje, llenaron las alforjas con comida y agua. Cuando llegó el momento de partir, Yelian y Neir se apresuraron a montar sus caballos y tarde se dieron cuenta de que Jaden no lo había hecho. Neir notó su error, no habían considerado siquiera la opción de que el chico no supiera montar. Es cierto que el caballo que le habían dejado era manso, no obstante, él viajaría mejor si no se preocupara por mantener el paso, por lo que prefirió compartir su montura, al menos el primer tramo.

Una vez decidido, y haciendo caso omiso a las quejas de Jaden, lo ayudó a montar y después subió detrás de él, le pasó las riendas y con pequeñas indicaciones partieron.

Varios días acontecieron y Jaden se sentía fatigado, montar cansaba y más a él que no estaba acostumbrado a este trote.

Hace varias horas que había amanecido, el sol brillaba en todo su esplendor casi derritiendo sus retinas. La luz se reflejaba como pequeños espejos en las hojas de algunos arbustos que los rodeaban. Ellos continuaron adentrándose sin emitir palabra, cada uno ocupado con sus asuntos. El único sonido persistente era el de los cascos de los caballos y de sus propios pasos, puesto que habían bajado para aligerar la carga a los animales.

Siguieron su camino sin aminorar el paso. Sin embargo, conforme avanzaban notaron que donde antes había vegetación exuberante de vida, ahora comenzaba a desvanecerse. La hierba estaba marchita, y las flores, estas continuaban en botones sin decidir a abrirse, las que lo habían hecho estaban sobre el suelo, sin vida. Eran demasiado pequeñas y débiles como para mantenerse erguidas.

Se notaba que ya llevaba un tiempo así, Yelian frunció un poco el ceño, él recordaba que cerca de ahí se encontraba un río, y había contado con este para rellenar sus reservas. Dirigió una mirada a sus amigos, más conciso a Neir, pero él solo negó con pesar, por lo que Yelian no insistió.

Avanzaron un poco más y a lo lejos alcanzaron a ver un pequeño asentamiento, no lo dudaron, se dirigieron allá. Necesitaban descansar y ver qué les deparaba el mañana. Conforme se iban acercando, notaron que no había nadie en las calles y las puertas de las pequeñas chozas se encontraban cerradas, nada de alegres puestos en las calles o niños jugando.

—Necesitamos un sitio para pasar la noche —comentó Neir.

Yelian asintió mientras se apartaba en busca de este.

Un leve ruido de cortinas siendo removidas llamó su atención, buscó la fuente, solo duró un segundo, luego el silencio reinó una vez más. Ya volvería y descubriría qué era, al fin y al cabo, tiempo y paciencia tenía. Como un depredador tras su presa se quedó inmóvil, sintiendo las vibraciones de la tierra por algún movimiento.

El ruido se presentó una vez más, y disimuló que no lo estaba esperando. Se agachó y sostuvo una pequeña roca entre sus dedos. A simple vista no parecía que estuviera haciendo algo, se levantó con ella en mano y envió una pequeña descarga de poder de tierra para conocer un poco sobre la situación del lugar. Quería saber todo lo que ocurría, y la tierra, tan confiable, siempre le susurraba sus secretos.

Sin embargo, en esta ocasión la tierra se encontraba débil, por lo que no obtuvo casi nada. Necesitaban agua cuanto antes para restablecerla. Quizás ese era el motivo por el cual los aldeanos de esta aldea se habían marchado. Los aldeanos eran almas nobles que después de cumplir su ciclo ayudando a la Tierra con sus poderes de Elementari, se retiraban de sus clanes a prepararse para su reencarnación.

El resurgir de un corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora